HISTÓRICO. Miles de personas se movilizaron para decirle «Alto» a la violencia contra la mujer y sobre todo a la impunidad que pesa sobre quienes libres y sueltos alardean de estar en plaza como si nada pasara. Este es el inicio de un cambio. Qué duda cabe. Estuvimos en distintos espacios de la marcha, esto ocurría al inicio de la misma.

Texto y fotos: Tony Tafur
@TonyTafur
Cuatro de la tarde. El epicentro, paseo Colón. Una región de 20 mil sudorosas e infatigables mujeres marchaban en búsqueda de la redención de estas últimas por las arterias de Lima.
Las redes de mutua agitación y hastío reclamaban entre globos y pancartas la justicia que el género contrario desde los arrabales hasta el descampado judicial, les omitían.
«Aquí, allá, el miedo se acabó». El bullicio azotaba la tranquilidad capitalina, pero era una batalla necesaria y legítima. Su batalla era mi batalla, nuestra batalla. La discriminación, la opresión, la violencia contra las gestoras de la vida estaba siendo – por fin – defendida.
Caminando, bajo un ligero brillo solar y una gélida ventisca recordaba – mientras dudaba de la presencia de mi chalina – que el 2015 tuvimos 95 feminicidios y que, el presente año, ya teníamos 54 casos. Además de 118 intentos. Y no, no somos un país de ‘agresores’, pero su sola manifestación debe ser – por lo menos – entendida y, luego, controlada. Las banderas se agitaban. Entramos a la Avenida Nicolás de Piérola.
Una mujer de sonrisa retraída, cabello fosforescente y de apurado caminar, me entregó un listón con el lema #NiUnaMenos. Me sentí parte. Me hicieron sentir parte de su lucha. Consigna que se evidenciaba en las enredaderas de mujeres de todos los estratos y colores. Madres e hijas. Tacos y zapatillas.
Los aplausos de motivación se encendían. «Municipio, Policía y Fiscalía deben agilizar el proceso de denuncias» alegaba un paternal y circunspecto excongresista, Daniel Abugattas, al aparecer no con un improperio, sino con una
solución.

Adelante – o, detrás – de un bloque policial con guantes que inspiraban paz, encabezaba junto a una motivada, Lady Guillén, personajes como Emilia Drago, Pamela Vertiz, Rosa María Palacios conduciendo el periplo hasta Plaza San Martín; y, finalmente, al Palacio de Justicia.
La congestión vehicular era inminente. El playback de filantropía seguía. ‘Popy’ Olivera, Verónika Mendoza, Marisa Glave, Indira Huilca, Luis Dammert, Lourdes Alcorta, Nancy Lance y más personajes – entre públicos y populares – se hacían presente. Los dimes y diretes no se hicieron esperar. Olía a proselitismo. Poco importó.
Seguimos.
Cinco de la tarde. No había miedo, había disposición y gallardía. San Martín enmudecía ante el arribo de – ahora -, una innumerable coalición de trajes cortos y anchos que representaban la libertad que el nos heredó. El unísono canto quebraba su aliento.
«¿Por qué protestas, acaso eres una niñita?» vituperó una venenosa, furibunda y ortodoxa ambulante a un retoño que perdió la emoción, instantáneamente. El típico alarido de una identidad irresuelta de ciertos ‘peruanos’.

Cinco y media. Abancay hospedaba los últimos trotes. «Macho que se respeta, no golpea.» «Queremos justicia, no conciliación.» «Policía, escucha, atiende mi denuncia». Ya bordeábamos el Centro Cívico. Las arengas seguían zumbando las paredes estremeciendo a cualquier aspirante a posar con ‘sotana’ de Juez.
Me distraje. Recordé un relato estadístico de la OMS (2013) que nos colocaba en el tercer lugar en el mundo por violencia sexual – detrás de Etiopía y Bangladesh – contra mujeres de entre 15 y 49 años. Concluí que la perspectiva poco (o, nada) había mutado. Un hombre empezó a gritar en defensa de su madre que fue violentada por su padre y censurada por la Justicia. Retorné del viaje mental.
Diez para las seis de la tarde. Bajo un manto agrisado que no contrastaba con el eco de lucha, Rosa María Palacios – como una especie de heroína – brincaba con globos rosas invitando al rechazo a la violencia contra la mujer. Exhibicionismo en toda su extensión.
Llegamos al Palacio de Justicia. Calles saturadas. Centro Cívico vacío. Luciana León ‘selfiando’ en el Sheraton. Un bloque incorruptible. Policías sorprendidos por un sosiego inalterable.

Se logró el objetivo: llegar y llegar todos. La mediana revolución retrató la viva confesión de un sector digno de encomiar. La advertencia se ha consumado. ¿Cuál será el siguiente paso?