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Luego de 24 años, aún palpita uno de los episodios más mórbidos e injustificados del periodo fujimorista: la masacre de La Cantuta. El Cementerio El Angel, en el distrito limeño de Barrios Altos, volvió a presenciar este domingo 17 una manifestación aguerrida con rastros de arte, poesía y música.

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En memoria al profesor y los nueve alumnos de la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle. / Foto: Marquiño Neyra (Spacio Libre)

A las 10 a.m., la fachada del Cementerio El Ángel, a la altura de la cuadra 16 del jirón Ancash, no solo se llenaba de floristas o vendedores de viandas. Los niños jugaban desinteresados, las calles seguían sucias y las combis con dirección a El Agustino seguían legañosas y veloces. El opaco cielo limeño pretendía normalidad y el polvo seguía adueñándose de las magnas esculturas de la fachada.

Pero, desde el primer vistazo hacia el arco de la entrada, un puñado de bombos abandonados rompía ese ambiente fúnebre, y una banderola dejaba entrever, cuando el aire no sometía su ira, unas letras autóctonas: Sikuris. Una palabra que – para los acostumbrados a las marchas y las luchas justas- son familiares por su sabor y sus buenas vibras. Letras peruanas que quebraban la arquitectura barroca del Cementerio y despertaba a todos esos personajes contumaces que pululan entre sus pasillos: Chabuca Granda y José María Arguedas atentos.

Aún temprano, pues empiezan a emprender su ritual todavía a las 11 a.m., aprovecho para merodear por la necrópolis. «Hey, tú, ¿eres periodista, no?», adivina uno de los de seguridad, de gorra oscura, enjuto y descuidado. «Pareces perdido… allá es la romería. Solo sigue ese camino, ahorita vienen los familiares. Mira, ella es una de las madres. Corre. Allí hay otro familiar. Qué cosa tan horrible, ¿no?», comenta tal vez alegre de ver que vienen de a pocos a apoyar.

UCHURACCCAY
A los mártires de Uchuraccay. / Foto: Marquiño Neyra (Spacio Libre)

Camino para entender el lugar y sus tumbas, pero lo que resalta en el camino es algún tipo de obelisco que dice «A los mártires de Uchuraccay», donde ocho periodistas y un guía, por tratar de buscar la verdad, fueron asesinados por comuneros de un poblado de Ayacucho.

En la romería resaltaban los pétalos rojos y rostros en blanco y negro: la sangre derramada y el pasado incoloro. Luis Enrique, hermano de Armando Amaro Condor, era la única silueta que lo rodeaba. Puntual, tímido pero amigable, me comenta que él es el encargado de encender las velas cuando se acercan los Sikuri y los familiares con banderolas. Aún recuerda con nitidez aquellos dias.

«Habían pasado 2 días y Armando aún no regresaba. Mi madre y yo nos empezamos a preocupar. No sabíamos que nunca regresaría«, lamenta Luis Amaro.

Hermano de Armando Amaro Condor

Mientras me comenta episodios que algunos preferirían ni tocar, se nota un rostro difuso, donde hablar de su hermano no es revolcarse en lágrimas, sino exparcir sus memorias con gran habilidad pedagógica: teletransportarnos a los 90 para recordar la sangre derramada.

UN RITUAL ETERNO

Eran las 11:30 y los Sikuri de la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle se alistaban para emprender su marcha hasta la romería -dentro de El Ángel-. Familiares, amigos y personas sujetas al recuerdo, se agrupaban con banderolas y racimos. Las zampoñas y los bombos coloreaban las pálidas columnas del Cementerio.

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Sikuris de la Universidad La Cantuta ecendiendo la entrada para entonar el recorrido. / Foto: Marquiño Neyra (Spacio Libre)
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Al ritmo de las zampoñas, ellas danzaban entre los muertos. / Foto: Marquiño Neyra (Spacio Libre)

La encargada de cantar fue Margot Palomino que, entre un gran repertorio, encarnó la famosa «Como una rosa roja» para que todos la acompañen a cantar. Un representante de los docentes de La Cantuta, que también lideraba a los Sikuri, recordó a Hugo Muñoz Sánchez: «ser profesor es una forma peligrosa de vivir, pero bella de morir». Mientras que el poeta Raul Marín citó un fragmento del poema «Camal: el olvido es un desierto triste» de Rodrigo Quijano:

Hay un ritmo que se olvida al levantar la ola,

hay un corazón que golpea duramente el ala.

Hay un perverso espejo en el recuerdo anverso

que niebla y calla.

El ambiente aún era ameno. Los rostros tristes se ocultaban mediante el canto y el recital, pero de pronto todo se bañó de recuerdos cuando Gisela Ortiz, hermana de Luis Enrique Ortiz Perea, señaló cada característica del docente y los 9 alumnos. Cada virtud o destello del recuerdo terminaba en un quejido, y los ojos vidriosos nacían en los rostros de los familiares de:

Bertila Lozano Torres, Dora Oyague Fierro, Luis Enrique Ortiz Perea, Armando Richard Amaro Cóndor, Robert Édgar Teodoro Espinoza, Heráclides Pablo Meza, Felipe Flores Chipana, Marcelino Rosales Cárdenas, Juan Gabriel Mariños Figueroa y del profesor Hugo Muñoz Sánchez.

«Desde el 94 venimos a hacer memoria y recordar la lucha de nuestros familiares. Gracias a periodistas independientes, movimientos sociales y colectivos de derechos humanos […]. Hemos envejecido en esta lucha y sería un insulto a la memoria tener a la heredera de Fujimori como presidente«, finaliza Gisela Ortiz.

Ellos siguen y seguirán luchando. Algunos los llamaron terroristas; otros, mártires. Son recordados como compañeros, amigos, hijos o hermanos. Los que nunca los conocieron, comentan que fueron estudiantes asesinados por culpa del gobierno fujimorista. Para los que no tienen memoria, aquella madrugada del 18 de julio del 92, fue solo un día más.

Un comentario en «El Ángel no olvida la masacre de La Cantuta»

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