Al levantarme, ya sabía que un día duro me esperaba, tomé desayuno muy rápido y salí con dirección a Campo de Marte, pero al pasar por la Universidad Nacional del Callao me di con la sorpresa que los alumnos ya se encontraban en el frontis de dicha universidad preparándose para la «marcha pacífica» que días antes había convocado la Federación Estudiantil del Perú (FEP)
Al ver que no pasaban el 40% del total del alumnado, decidí continuar mi camino hacia el Campo de Marte donde se iniciaría la marcha. Al llegar, una manifestación de más de mil personas estaba lista para iniciar su caminata hacia el Congreso de la República.
En Colmena, el sindicato de trabajadores de Sedapal que venían de Campo de Marte y la Federación Estudiantil que venían de la Plaza 2 de Mayo se confundieron en una sola marcha, hasta ese instante, la marcha era pacífica…
Cuando la manifestación, que ya bordeaba las dos mil personas entró a la Av. Abancay, generó un gran caos vehicular. La policía bloqueó el ingreso al Congreso, hecho que enardeció a los manifestantes y en respuesta quemaron un ataúd con el rostro del presidente Ollanta Humala Tasso. Ya en mi mente estaba el presentimiento que la cosa se iba a poner peor. Crónica de un caos anunciado.

Un grupo de manifestantes avisó que por la calle trasera del Congreso no había resguardo policial y toda la manifestación corrió hacia allá. Al voltear la calle, se toparon con una malla que había montado la policía con el fin de bloquear el acceso al parlamento, pero este cerco no impidió el ingreso a los manifestantes que de manera violenta tumbaron dicha malla.

La policía con el fin de controlar a los manifestantes, lanzó una bomba lacrimógena haciendo retroceder a toda la turba, yo con el fin de conseguir la primicia me quedé filmando, pero esta decisión duró poco porque el humo bloqueó mi respiración y llenó mis ojos de lágrimas y tuve que retroceder.
Al llegar a la esquina, caí de rodillas por el mareo que me había provocado dicho humo y rápidamente fui auxiliado por unos comerciantes que me hicieron oler vinagre hasta que me recuperé. Después de agradecer el gesto, continué con la cobertura y me di cuenta que mis pensamientos se habían realizado, todo era caos, gritos por aquí, bombas por allá, por un momento se me vino a la mente mi videojuego favorito, pero esto no era un juego donde si perdías, podías reiniciarlo, esto era la realidad en la que si dabas un mal paso podías terminar en medio de una batalla campal.

Mientras seguía filmando, me iba recuperando del primer bombazo, cuando cayó otra lacrimógena a cinco metros de donde me encontraba y sin pensarlo dos veces retrocedí pero el humo me volvió a afectar y otra vez perdí la visión y la respiración.
Esto duró aproximadamente 3 horas entre correr y esquivar las bombas, hasta que por arte de mágia todo quedó en silencio, ya no se oían bombas ni gente gritando, al parecer llegó algo de tranquilidad.
Ya casi sin batería en la filmadora, con los ojos irritados y la garganta que no me daba más, decidí retornar a la redacción para armar la crónica. En el camino me acordé que en el momento de la humareda que afectó a varios periodistas, una señora de aproximadamente 65 años se nos acercó y nos dijo:
«Cuiden su vida. ¿Por qué se arriesgan tanto? Piensen en sus familias que los esperan con los brazos abiertos».
Y yo me puse a reflexionar sobre estas palabras. Si no nos arriesgamos ¿Quién lo hace? ¿Quién se arriesgaría para llevar información a los hogares? Si no nos arriesgáramos tal vez viviríamos en un mundo de información desactualizada o tal vez viviríamos en medio de puras especulaciones y no de la realidad. Con lo que hoy viví solo puedo decir que me siento más comprometido con mi carrera y con mi país.