La historia del Lugar de la Memoria (LUM) empezó como un acto de buena voluntad. El gobierno alemán, preocupado porque no existe en nuestro país un sólo lugar que conmemore los 20 años de violencia política (y tomando en cuenta la eficacia pedagógica de museos similares), decidió donar un millón de euros para que el Perú contara con su propio Museo de la Memoria.
El gobierno de Alan García respondió cínicamente que las prioridades del Perú eran otras y que ese dinero podría destinarse tranquilamente a vacunar niños pobres, construir escuelas, equipar hospitales y enriquecer burócratas: pero el escándalo internacional fue tan grave, que a la postre tuvo que ceder y empezar –muy lentamente– a construir el Museo, al que luego se le cambió varias veces de nombre.
El LUM -o mejor dicho, su terraza y algunos ambientes anexos- fue inaugurado hace algunas semanas. Hasta el momento no tiene otra utilidad que servir de foro para eventos académicos, de cineclub para algunos nostálgicos y, a final de cuentas, para tranquilizar la conciencia de los partidarios de la justicia transicional.
Por ahora, el LUM está casi vacío, a excepción de un par de obras de arte de dudoso valor. El problema es cuán pedagógico o útil puede ser un Lugar construido en Miraflores, apartado del gran público, dando la espalda a los Andes y mirando al mar, de cara a la galería.
No es que falten lugares adecuados para construir un recordatorio: sin salir de Lima, tenemos la casona de Barrios Altos, los sótanos del “Pentagonito”, las fosas de La Cantuta -en Cieneguiila y Huachipa-, los cuarteles del SIN… Y si nos animamos a salir de Lima, tenemos las bases militares de Los Cabitos -el Auschwitz peruano-, Pampa Cangallo, Totos, Capaya, Putaccasa, Canaria, Umasi, la Universidad Nacional del Centro…
No es que falten centros de detenciones clandestinas, torturas, desapariciones y ejecuciones extrajudiciales que podrían ser idóneos para recordar; lo que sucede es que precisamente el recordar es la última de las prioridades del Estado peruano. Así, tenemos que las fosas de La Cantuta, en Cieneguilla, han sido sepultadas recientemente por una capa de cemento, tierra y piedras de 10 metros de altura, ante la inacción total del Ministerio Público.
Y también hay 15 mil casos de desaparición forzada pendientes de resolución; 300 mil casos de esterilizaciones forzadas que nunca se investigaron, ya que la Comisión de la Verdad consideró que esos hechos “estaban fuera de su mandato”; miles de víctimas -algunas de las cuales cuentan desde hace años con sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos- esperando medidas concretas de reparación y no meras disculpas vacías.
No quiero quitarles la alegría a los que festejan que tenemos (?) un Lugar de la Memoria, Pero no está de más recordar que, en términos simbólicos -una palabra que les encanta a los cultores de la justicia transicional-, los 10 metros de cemento, tierra y piedras arrojados sobre las fosas de La Cantuta pesan infinitamente más que las toneladas de concreto usadas para construir el LUM.