
Por: Jaime Canicoba / @Canicoba307
Empezando este año sucedieron dos hechos indignantes ante la mayoría de la opinión pública, uno tras otro con un margen exacto de una semana. El primero, en una concurrida playa y masificado gracias a un programa de televisión, y el segundo involucrando a un expresidente de la República en la publicación web de un medio impreso local. Por un lado, la denuncia de Juliana Oxenford condenó la barrera humana formada en un sector de Ancón, y por el otro Alejandro Toledo Manrique exhortó públicamente disculpas al director del diario Expreso por el infortunado comentario.
Pese a que tanto la Municipalidad de Ancón como el diario Expreso emitieron con relativa prontitud sus disculpas y anunciaron medidas reivindicatorias, las reacciones en las redes sociales ya habían marcado huella, desatándose la polémica en torno a un problema que acompaña a nuestra república desde su nacimiento hace ya unos 188 años. La discriminación en Perú es todo excepto novedad.
Últimamente pareciera haber una atmósfera de mayor atención hacia este factor de violencia y de manera más constante, distinguiéndose de la aún gran parte de la población acomplejada en un autocondicionamiento que les torna envidiosos, informales y conformistas.
Sí, “violencia” es el término adecuado, pues en efecto, ¿qué es la discriminación si no una amalgama de muestras de violencia entre los propios peruanos, indistintamente del nivel de notoriedad que tales manifestaciones tengan?
Es necesario también reconocer que todos hemos sido racistas en algún momento. Así es: esto incluye hasta el más imperceptible gesto de desprecio o pensamiento separatista dado de ser humano hacia otro ser humano, ya sea por el color de la piel – cabe resaltar que las diferencias en tonos de coloración se debe a nada más que la variedad de concentración de melanina en la epidermis y hemoglobina en la dermis – o algún otro rasgo distinto en la apariencia, así como las distancias entre niveles socioeconómicos.
Pese a que a estas alturas del camino ya sobran pruebas en todos los campos de estudio que podrían muy bien acabar de una vez por todas con muchos conflictos relacionados al tema tratado, hay personas que eligen aún vivir en una suerte de burbuja invisible maquinada por sus propias mentes, rechazando lo que no encaje con su uniforme y pequeño mundo, condenado a morir con el correr de los años en un planeta cuyo futuro es convertirse entero en una ecumenópolis orgullo de la humanidad.
Volviendo al ahora, se decide en base a esta realidad hacer un “nuevo pero viejo” llamado a la razón (pues muchos lo han hecho antes que nosotros), una alerta que esperamos cale en la mente de todos, hasta quien escribe… toda obra de hecho produce una retroalimentación al propio crecimiento al ver tantas ideas y aportes concatenados ante los ojos. Para esto, Spacio Libre entrevistó a siete personas cuyas experiencias les han permitido emitir testimonios ricos en razón.
El primer enfoque de las entrevistas fue sobre el racismo, una de las formas más notorias de discriminación en nuestra sociedad y ejemplificada por el caso entre Alejandro Toledo y el diario Expreso.

Martín Hidalgo, periodista en La República considera lo sucedido como una confusión al escribir columnas cuyo propósito es el “sarcasmo político” con “venganzas, o aprovecharte para insultar o agredir a una persona”. “Se dejaron llevar por los apasionamientos, y les salió esta frase desafortunada, innecesaria, grosera, que también insultaba a todo el país”.

Para Juan Álvarez, editor de política de La República, es curioso cómo el asunto tiene dos caras: No se puede avalar la actitud de Expreso, cuya disculpa dejó entrever cómo “la pita se rompe por el lado más débil”. Sin embargo, cabe resaltar que la mayoría de los indignados a través de las redes sociales usualmente tratan de desprestigiar a Toledo, sea por razones ideológicas o políticas, o bien suelen expresarse o actuar de manera racista día a día, convirtiendo el incidente en no más que un mero reflejo de la realidad.
Afirma que si bien el racismo es un problema diario, ello no implica tolerarlo y preocupa que sucesos como éste se diluyan en cuestión de días. “El racismo está demasiado enraizado entre nosotros, y a veces es mucho más duro en los gestos que en las palabras”.

Ricardo León, redactor principal de la revista Somos de El Comercio, nota cómo pese a que lo de Expreso saltó a la luz por ser un medio público hay un punto más preocupante aún que ha sido tocado en el párrafo anterior: “El racismo que más me preocupa es gente que se indigna pero que no saluda a su empleada cuando llega a casa. Me preocupan más los racismos encaletados. De este problema podemos hablar del siglo pasado y de los 50 años que vienen y el problema va a seguir siendo el mismo”.

Laura Arroyo, periodista y coordinadora de la ONG informativa “Otra Mirada” señala que pese a la naturaleza encaletada del racismo en la sociedad, es bueno que más personas se den cuenta y se manifiesten en contra, tanto en las redes sociales como en el mundo real. Además, resalta la existencia de mecanismos como el ejercicio de presión y vergüenza social para contribuir a que la discriminación, aunque no se frene de golpe, se disminuya poco a poco, “manteniendo el tema en el tablero”.

Otro punto es subrayado por Gisela Ortiz, miembro del Equipo Peruano de Antropología Forense (EPAF): la discriminación es acentuada en público por discursos políticos, como se ve ahora en el lío desatado por el sí o no a una posible revocatoria que ve Lima, y campañas electorales donde se hace mucha alusión a las diferencias por cuestión de piel, idioma o dinero entre peruanos, algo absurdo ante la importancia de aceptar que todos los peruanos somos una mezcla y valorar el aporte de cada quién en lo personal y comunitario para el país.
Ortiz califica como vergonzoso el arrastre de estas “ataduras” desde hace tantos años, intensificado por varios medios de comunicación que no solo deberían informar, sino formar para evitar que la gente las vea como algo normal. Resalta, por ejemplo, que si uno realmente conoce la sierra, ”empieza a valorar a la gente porque es gente con muchos saberes, distintos a los nuestros tal vez, pero muchos saberes que deberíamos tener la oportunidad de aprender».

Una visión nutritiva que tenemos también es la de Rocío Silva – Santisteban, directora ejecutiva de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos. El racismo, presente en Perú y el resto de Latinoamérica, así como EE.UU. y Europa, se da en momentos controversiales carentes de argumentos. Ella también tiene visto bueno de la reacción oportuna de Toledo, así como la web “Dedo Medio” difundiendo el hecho y masificándolo en las redes.
Silva – Santisteban también trata cómo en el debate de la revocatoria se infiltra la discriminación por género, orientación sexual o clases, planteándose argumentos despreciables antes que posiciones razonables, propuestas tal vez contrarias pero que acepten el diálogo. Indica que el racismo es también negar a un adversario el expresarse “cuando no crees que el otro es una persona que se precie para ser tu interlocutor, y entonces es el ‘cholo’, el ‘maricón’, la ‘puta’, el ‘bruto’, diferentes adjetivos”.

Paola Ugaz, antropóloga y periodista, resalta que la falta de sanciones sociales permite la permanencia de la discriminación. “Si engendras una frase racista, nadie te castiga ni en los votos ni en la calle”. Otros factores que agravan la situación, señala, son que no se apliquen leyes que faciliten el acabar estas prácticas desde el hogar, los colegios y los medios de comunicación, así como Twitter o Facebook. El racismo es muy palpable en Perú y es de las autoridades y también de nosotros hacer que acabe.
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