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Por: Roberto Bustamante Vento

Paul Feyerabend, en su libro “Tratado contra el método”, postulaba que la ciencia no era sino una forma más de acceder a un conocimiento, tal igual que la astrología, el cristianismo, etc. Que la historia de la ciencia demuestra cómo esta ha ido avanzando, no tanto por su apertura frente a las nuevas ideas, sino más bien por su tozudez, su prepotencia y engaños. Para ello, reconstruye con sumo detalle uno de los momentos fundacionales de la ciencia moderna, el enfrentamiento entre el Galileo Galilei y los sabios de su época. Feyerabend, quien revisó todos los documentos de aquellos años, demostró que Galileo no tenía cómo probar nada de todo lo que decía. Por ejemplo, que aquellas cosas que veía por el telescopio porque toda la teoría de la óptica iba a ser desarrollada poco tiempo después. Los sabios de su época tenían lógica en pedirle razones a Galileo, que este no supo dar. Feyerabend concluye que así como Galileo, la ciencia ha avanzado a trompadas, imponiéndose sobre las otras formas de ver el mundo y no necesariamente ajustadas al idílico “método científico”. No existe tal método científico en la ciencia, dice Feyerabend y valga la redundancia, sino el “todo vale”.

Lo que plantea Feyerabend es cierto, pero es una posición parcial. Es cierto que una tendencia de la ciencia ha sido imponerse sobre otras visiones del mundo. Pero es cierto también que hay algo importante en la ciencia que el astrónomo y divulgador Carl Sagan lo ataba con el escepticismo. Sí, el escepticismo es esa capacidad para dudar lo que nos quieren vender los medios y también las religiones (que muchas veces van de la mano; ¿cuántos minutos tienen las distintas confesiones en televisión? ¿cuántos minutos tienen los científicos en el mismo medio?); pero no es suficiente, es necesario, dice Sagan, estar abierto a las nuevas ideas. Es posible, plantea, que de cien nuevas ideas, una esté en lo correcto. He allí el éxito de la ciencia, en el equilibrio entre el escepticismo y la recepción de ideas frescas. Quizá esta entrada pueda solucionar el impasse de Galileo y los sabios de su época.

Dicho esto, porque en el Perú la ciencia no tiene mucha cabida. Lo vemos a diario (y en los diarios) donde no falta nunca una columna de astrología. Mucho menos espacio lo tiene la ciencia y varias veces está sometida más a la coyuntura de algún nuevo hallazgo (y a ver si es bien tratado por el periodista junior de turno). De allí que buena parte de los valores que se construyen y modelan en esa interacción medios-consumidores sean luego conservadores. La iglesia católica hace su parte, instalando colegios y universidades católicas, supuestamente abiertos a las distintas ideas pero que en el momento final hace pesar el credo. Es un bienvenidos todos, pero bajo las reglas de comportamiento de la casa. No tiene por qué ser de otra manera. Yo no espero de un colegio o de una universidad católica una apertura 100% al pensamiento científico.

Que la religión tenga un peso tal en nuestro cotidiano impacta en la construcción de ciudadanía. La religión católica, la más fuerte en el país, ha venido implantando un discurso normalizador y regulador de la vida cotidiana con mucho mayor incidencia en los estratos más pobres (tal como se puede apreciar en el gráfico que acompaña este post). No es casualidad que el mayor reclamo por cursos obligatorios de religión vayan acompañados de un discurso de rechazo a la población LGTBI y a una visión más bien conservadora sobre la salud sexual y reproductiva. Es posible que exista una relación causal allí entre esos dos fenómenos, toda vez que la iglesia católica hace su trabajo pastoral con mayor intensidad en la población pobre.

La iglesia católica además se encuentra en su momento más conservador desde hacía muchos años. El giro político de Juan Pablo II lo relajó con respecto al credo y ahora, desde la llegada del teólogo Joseph Ratzinger al papado tenemos una nueva contra-reforma. El grito de guerra desde el Vaticano hasta la parroquia de tu barrio (pasando por los centros educativos católicos) es fortalecer la fe y la misión. Eso da como resultado aún menos apertura y aún menos diálogo, sobre todo en los temas referentes al sexo y a la sexualidad.

Frente a ello hay un papel del estado urgente. Fortalecer la educación pública, en todos sus niveles, asegurando que en esta puedan desarrollarse capacidades tanto para dudar de cuanto discurso cerrado se le ponga en frente al niño, adolescente o joven, como también la capacidad para descubrir e investigar libremente. Exagerando (y haciendo eco de Galileo), más liberador es un telescopio que un crucifijo en un centro educativo. Más iluminador en las tinieblas es un microscopio que una biblia.

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Por Spacio Libre

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4 comentario sobre «LA TETERA CÓSMICA. Religión y Ciencia en la educación»
  1. Me encanto esta columna, no se si venga al caso decirlo pero no creo en la Iglesia Católica; me considero agnostica interesada; pienso que para ser una buena persona no necesitas ser parte de… conozco a muchas personas que profesan ser muy religiosas y son mas que perversas; respeto la fe de los demás uno es libre de vivir engañado o no, pero algo que siempre tengo presente es que no necesito llevar una cruz colgada en el pecho y señirme a estereotipos que a la corta o larga no me conducen a nada. Es cierto debería existir mayor educación cientifica en los colegios y no «reprimir» con ideas absurdas de castigos divinos si no hacen lo correcto, una persona debe hacer las cosas por convicción, no porque la sociedad o una religión te lo dicen.

  2. Me alegra que te haya gustado!! En efecto, yo prefiero una educación científica en el colegio. En la siguiente columna expondré mi problema con las religiones.

  3. […] Me llamaba la atención ese empate entre enseñanza de valores (sic) y la enseñanza religiosa católica. Y la coincidencia entre aquellos sectores que más reclamaban esa enseñanza religiosa católica y su opinión frente a distintos temas. Copio y pego un par de párrafos y recomiendo su lectura completa. “Que la religión tenga un peso tal en nuestro cotidiano impacta en la construcción de ciudadanía. La religión católica, la más fuerte en el país, ha venido implantando un discurso normalizador y regulador de la vida cotidiana con mucho mayor incidencia en los estratos más pobres (tal como se puede apreciar en el gráfico que acompaña este post). No es casualidad que el mayor reclamo por cursos obligatorios de religión vayan acompañados de un discurso de rechazo a la población LGTBI y a una visión más bien conservadora sobre la salud sexual y reproductiva. Es posible que exista una relación causal allí entre esos dos fenómenos, toda vez que la iglesia católica hace su trabajo pastoral con mayor intensidad en la población pobre.” (Religión y ciencia en la educación). […]

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