Las paredes de tenue coloración reflejaban la alegre timidez que hubiera consagrado nuestra prolífica poeta, Blanca Varela. 10 de agosto – 2016. Un homenaje post mortem por el onomástico número 90 de la poeta.

Por Tony Tafur
@TonyTafur
Blanca Varela – de la famosa generación de los 50 – tuvo como pintoresco escenario la fértil cuna intelectual, la Casa de la Literatura. Con una adaptación musical llamada ‘Aquello que será’ de Cecilia Borasino como preludio, nos imaginamos a una intimidada poeta – si estuviera con vida – agazapada tras la multitud entretenida en el desarrollo del performance y de la reproducción de su voz en poemas como ‘Casa de cuervos’ y ‘Puerto Supe’.
Entre rostros satisfechos, asombrados y perdidos, el aforo copó el recinto sin espacio ni para una inopinada calistenia en homenaje a PPK. Excepto para los organizadores que – entre soberbia o mal planeamiento – cruzaban la valla de la atención para cultivar una distracción que fue opacada enseguida con la llegada del viudo pintor, Fernando de Szyszlo. Atravesando con una silla a los visitantes, con una mirada agitada y una sonrisa extendida, se sentó exhausto por la maldición del destiempo frente al escenario. Poco pudo ver. Su hijo Vicente junto a su hija también lo acompañaban.
En los vaivenes turbulentos de su intensa existencia junto a grandes exponentes como Sebastián Salazar Bondy, Eduardo Eielson y Javier Sologuren – con quienes recurría a pesar de su ínfimo maridaje con el alcohol al Pancho Fierro – conoció la desesperación necesaria para intimar en un juego de letras sus más profundas experiencias, vivencias y necesidades. Como toda artista, presa de la mundana desilusión. Cuando terminó la danza, fuimos invitados a apreciar el registro – del siglo XX – de Blanca Varela que en figuras audiovisules y pictóricas merodeaban en la sala contigua. «El cerco que hacía ella creó, se opacará con esta exposición. Por fin conocerán a mi madre», dijo un emocionado Vicente de Szyszlo.
Mi homenaje no es porque gobernó un lenguaje digno de ser lamido y relamido. No es por tomar la lanza de las verdades hirientes. Ni por ser la antípoda dentro de una camada de machos. Es por el riesgo de ser Blanca Varela. La voz de una rebelión interior que el tiempo endureció.