
Carmen Wurst
Psicóloga – Psicoterapeuta
Centro de Atención Psicosocial – CAPS (*)
(Con un beso y una flor) Así empieza la letra de la canción de Nino Bravo, cuando se despide de su amada para partir a tierras lejanas….un beso y una flor son muestras de afecto que simbolizan un gesto amoroso para paliar un futuro sufrimiento, en esta bella canción esa es la intención del cantautor español.
Otra es la realidad de la que fuimos testigos los peruanos, hace dos semanas: un beso y una flor ofrecidos a su radiante esposa, frente a las cámaras de todos los canales de televisión, por el regidor del PPC y precandidato a la alcaldía de Lima, Pablo Secada luego de haber salido a la luz las tres denuncias que le hiciera su esposa en la Comisaría por violencia física y psicológica. Para entender este comportamiento previsible por cierto en los agresores, que en este caso es un personaje político, un beso y una flor, es parte de la táctica luego de uno o varios episodios de violencia, para impedir que la víctima lo deje. Esto está largamente estudiado y forma parte del llamado círculo de la violencia, y corresponde a una etapa también llamada “luna de miel”, donde el ejercicio del poder aplaca cualquier intento de la víctima de salir de una situación de violencia.
Merece una reflexión, que este comportamiento además haya sido minimizado, naturalizado y disculpado como un hecho de “juventud” o un hecho “privado” por la representante del PPC, Lourdes Flores Nano, quien una vez más exculpa a alguien de un flagrante delito. Es un hecho preocupante pues se presenta como autora de la ley contra la violencia familiar y sexual, y no ha entendido que en nuestro país este tipo de actos, han dejado de ser hace mucho tiempo, un asunto privado y corresponde al Estado peruano según nuestra legislación, la protección de los ciudadanos. Según el informe del año 2012 del Comité contra la Tortura – CAT, si el Estado conoce o tiene información sobre la violencia y no hace nada para prevenir, castigar, investigar…. esto es considerado una violación de la Convención contra la Tortura que nuestro país, como parte del sistema universal de los DDHH, está obligado a cumplir.
No nos dejemos engañar, el señor Secada tiene todo el perfil del agresor: usar la violencia como forma de comunicarse, resolver los conflictos, imponer su criterio o expresar sus emociones. Se siente superior a su pareja por haber estudiado en un centro de mayor prestigio, justifica su comportamiento: “ya arreglamos el tema”, se siente dueño de la razón y ejerce el control. ¿Les suena familiar esta expresión? “Asunto terminado y no se hable más del tema”.
Nos parece muy bien que el PPC muestre la voluntad de investigar, que el señor sea citado al Comité de Ética, donde por supuesto no se presentó argumentando “motivos personales”, comunicación hecha a través de una carta, mostrando otra característica más del agresor, la cobardía cuando es confrontado.
Además de ser un tema de vulneración de derechos contra la persona, la violencia familiar y sexual, es también una falla del Estado en la protección del derecho a la salud, pues se trata de un problema de salud pública, con características endémicas, no solo por el hecho en sí, sino por las profundas e incapacitantes secuelas que deja en las víctimas. Diana, María, Justina, Olga y muchísimas mujeres en nuestro país, viven en situación de violencia, muchas veces en silencio por la vergüenza de ser señaladas, no comprendidas o el miedo a las reacciones de su agresor, quien la amenaza si cuenta lo sucedido.
Amerita en esta reflexión que entendamos los procesos mentales y afectivos que experimentan las víctimas y que les dificulta la toma de decisiones o los cambios para salir de una situación violenta. No es que a las mujeres les guste la violencia como coloquialmente se dice, o que sean masoquistas, o que provoquen los hechos como muchas veces les señalan en las Comisarías cuando van a denunciar: “qué habrás hecho hijita” “seguro no atendiste a tu esposo”. No es así, la violencia perturba de manera profunda la capacidad de pensar, de actuar y el miedo paraliza. Lo más grave es que la violencia va minando poco a poco la personalidad de la víctima, haciéndola sentir como un ser sin valor, aislada del entorno, sintiéndose culpable e incapaz de valerse por sí misma.
Es una realidad que las mujeres una vez que pasan a la ACCIÓN, denunciando los hechos, o se separan temporalmente, muchas veces regresan a la relación de abuso. Esto nos muestra que no siempre están preparadas emocionalmente para separarse o sostener la denuncia en el tiempo y que sucumben a las promesas y muestras de afecto del agresor. Es característico que se culpabilicen: “tengo más carácter”, “yo lo provoqué”, como señaló la Sra. Cueva, o que finalmente nieguen los hechos ante las palabras bonitas o las amenazas de su agresor, el miedo puede más que la razón, lo cual nos indica la afectación a la salud mental de las mujeres víctimas.
Es por ello que es imprescindible una efectiva política de Estado para la prevención y rehabilitación de las víctimas. teniendo en cuenta que salir de una relación violenta para las mujeres, implica que todos aquellos servicios a los que la mujer acude como son las Comisaría, Fiscalías, Poder Judicial, las Demunas y especialmente los servicios de salud, conozcan los efectos que tiene la violencia en la salud mental, que entiendan acerca del círculo de la violencia y las etapas que necesita la mujer para salir de una relación violenta. Si como país no reconocemos que es un problema y si nuestros líderes políticos lo minimizan no podremos avanzar en la salud mental de nuestra patria que se expresa en numerosas expresiones de la violencia que se gestan en el interior de la familia.
(*) Publicado originalmente aquí