La selección peruana consiguió un resultado que lo deja a medio paso de la clasificación al mundial de Rusia 2018 tras obtener un empate a cero con su similar de Argentina. Sufrimiento, aguante, y finalmente alegría, con la esperanza de que todo se define este martes en Lima.

Francisco Pérez García
@franco_alsur
Advierto al lector que esta crónica será lo menos objetivo que podrá leer en esta página (Sí, podemos ser menos objetivos todavía).
Otra vez, Perú. Un resultado que parecía imposible se hizo realidad. Un empate con momentos finales que tocaron el travesaño de Argentina y las manos de Romero. Con un Farfán que se arrastró en el primer tiempo y no alcanzó para tocar la pelota. Con un Gallese gigante que se puso cuatro manos más para sacar las que le tocaron sacar y que da como para que de una vez por todas pongan su nombre en una calle o una plaza limeña (Ok, nunca tanto, pero casi ¿no?).
Perú, en La Bombonera, la cancha que late y que tiembla, pero que hoy se quedó callada en el segundo tiempo, que solo despertó en los 10 primeros minutos de la etapa final cuando Argentina tocó el timbre de Gallese y éste respondió con el talento que ni el dedo magullado pudo evitar.
Una selección que -a comparación de sus pares del 97 en Santiago- gritó el himno nacional, con la seguridad que venían a jugar de igual a igual con los Messi, los Di María, los Mascherano, los Benedetto, que metieron la pierna fuerte y que apretaron con la pasividad de un tal Sampaio que se acordaba de las amarillas cuando el caído llevaba los colores blanco y celeste.

Un Perú que perdía la pelota, pero no la daba por extraviada, la buscaba y la recuperaba e intentaba nuevamente, con un Tapia demostrando que es el capitán del futuro, con un Farfán cumplidor que trata de jugar sus minutos finales con la blanquirroja y mostrar que se merece llegar a Rusia, con un chico Peña -apuesta de Gareca- que promete, con un Yotún con etiqueta de veterano e influyente, lejano de aquel inseguro volante de Cristal de hace 6 años, con Trauco que quiere comerse la cancha, Flores; que se puede decir de él que no se haya dicho antes del «Orejas», un Araujo que superó las dudas de los periodistas, y cumplió como si estuviera con la blanquiazul, con un Corzo que empezó con una camiseta demasiado grande, que se le fue ajustando con el transcurrir del partido y se acordó que Messi era su objetivo, y un Rodríguez que es ya el referente que necesitábamos atrás en el centro.
Y en los cambios nadie desentonó: Ni Aquino, ni Polo.
Cómo no rendirse ante estos muchachos que después de 32 años nos dicen que sí es posible, que a pesar de la calma que intentan mostrar, están tan efervorizados como aquellos que con lo justo recordamos los partidos en España, que por algún lado de nuestra memoria queremos cambiar el muñeco de Naranjito por Zabikava, el lobo de Rusia 2018, que queremos dejar atrás los videos en blanco y negro de Perú en La Bombonera, para renovarlos con los de esta noche, y olvidarnos de la goleada en Santiago y de la bendita (?) zurda del «Cóndor» Mendoza y decirle a nuestros hijos de una vez por todas que al fin podremos ver -con todas las de la ley- a Perú en un Mundial.
¿Un llamado a la calma? Sí, seguro, mañana. Por hoy solo toca celebrar, disfrutar este empate, vivir a mil la emoción, mañana a comentarlo, volver a ver los videos de ese tiro libre de Paolo, de ese arrastre de Farfán, de las atajadas de Gallese y creer, solo creer que el martes en Lima, disfrutaremos, que le haremos «La Bicicleta» a los colombianos, que les diremos que no sufran porque no nos gusta ver sus «Ojos así», que sudarán «La Gota Fría» por jugarse -también- su clasificación con nosotros, (sí, ya parezco redactor de Depor con esta huachafada, pero así me siento, huachafo, sentimental y feliz… hoy toca celebrar… y que se extienda hasta el martes).
¡¡Arriba Perú, carajo!!