
Por: Francisco E. Iriarte Brenner
Las construcciones destinadas al culto de los dioses, en gran medida aparecen en aquellos tiempos –en torno a los 5,000 a.C.-, cuyas formas parecieran ser como imitativas del horizonte natural, tomando forma piramidal truncada, a base de plataformas superpuestas que van reduciéndose de dimensiones hacia lo alto, lo que obligó entonces, a la realización de escalinatas y rampas para alcanzar la parte superior de esos edificios, donde se levantaban de común, capillas del culto al que estaba dedicado el edificio, diferenciándose cada nivel con colores alternados, al comienzo sólo en ocres amarillo y rojo (limonita y hematita). Luego se añadió el blanco de caolinita o cal y el negro de humo o carbón. Es evidente, de otro lado, que tanto el color amarillo como el rojo tienen connotaciones adicionales: el rojo, con su contraparte en el fuego y también considerado apropiado para todo lo referido al Inca, y el amarillo, estimado como el color del sol y del oro, mientras que el blanco resultaba siendo en aquellos tiempos, el color de la luna, de la coya y de la plata.
Al trabajarse las construcciones cultistas con las piedras rústicas, cara-vista, o con cestos repletos de pedruscos y barro, surge la necesidad de igualar la superficie exterior de los muros, por lo que se añadirán gruesas capas de enlucido de barro a los paños murarios visibles. El trabajo del barro posibilitó entenderse a sí mismo, al antiguo constructor, como un demiurgo, capaz de crear con sus propias manos cosas que anteriormente no existían, produciéndose entonces formas que correspondían a sus ideas sobre los dioses y la naturaleza, con figuras plásticas de tendencia naturalista, pero al mismo tiempo, simbólicas, en bulto, en relieve, raspadas o incisas, que muchas veces se coloreaban para resaltar sus características, en ciertos espacios, cargados casi siempre de fuerte sacralidad, en invasión diríamos, de esos espacios, en ámbitos decorados que van cubriendo -parcialmente al menos-, la obra muraria, hasta llegar a ocultarla en algunos casos. El uso de las canastas, espuertas o bandejas, de caña, junco o totora, facilitó evidentemente el acarreo de los materiales de construcción, pero para el transporte de líquidos o semisólidos se empleaban depósitos de cuero, lagenarias de variadas dimensiones y formas, o se embadurnó el exterior de bolsas, canastas y esteras que, se supone en forma accidental, al acercarse al fuego doméstico, estos recipientes de fibras vegetales, se quemaron, una y otra vez, reduciéndose a cenizas los moldes, pero al mismo tiempo, endureciéndose el barro que cubría la superficie, material que, al perder el agua de constitución por el calor, se convertirían en rústicos objetos de terracota. Las primeras muestras de alfarería que se conocen, parecieran por ello reproducir las formas de las canastas hechas de cañas, tendencia que se conservará hasta tiempos posteriores, como puede observarse por ejemplo, en las asas de la cerámica Vicús, que semejan los soportes trenzados de cañas que ostentan las canastas, y numerosos cuencos o platos que representan en su interior o hacia afuera, las ampulosidades de los entrecruces de las fibras que conformaban esos artefactos originalmente, o también se les encuentra como decoración impresa en la cara exterior de numerosas vasijas de arcilla cocida, con nódulos que simulan las características naturales de las obras de cestería, sobre todo en las bases de los recipientes. La Galgada, en Cabana; Huaricoto, en Marcará; y Mito, en Huánuco, así como El Paraíso, en Lima, se caracterizan por sus recintos ceremoniales, con pequeños patios hundidos, al centro de los cuales aparece un fogón con ductos de entrada y salida del aire y humos, lo que posteriormente dará origen a las plazas hundidas del Formativo, relacionadas sin duda, con un muy antiguo culto al fuego, del que reiteramos, no conocemos mucho.
El arreglo de las personas se basaba en la pintura corporal o el uso de objetos finos, de calidad, con un valor simbólico agregado, muchas veces procedentes de otros lugares, tallados en hueso, nácar, pequeñas conchas en sus formas naturales (churitos, palabritas), crisocola, cristal de roca, piedras coloreadas, como turquesa, lapislázuli, amatista, etc., que pueden estar trabajados cuidadosamente u ornamentados con motivos geométricos o naturalistas, figurativos o estilizados, siendo común en ellos las incrustaciones o embutidos de diferentes materiales y colores. Los textiles comienzan por entonces, a alcanzar su perfección al emplearse ya el telar. Las técnicas más empleadas en los tejidos son el enlazado, el anillado, redes, brocado, combinando hilos de variado color con los que se logran variados diseños geométricos y figurativos. Se emplearon para los trabajos del tejido fibras duras y ablandadas de junco, totora y maguey, así como el algodón nativo de colores blanco, pardo claro y oscuro, marrón, rojizo, amarillento y violáceo, existiendo la posibilidad del uso relativamente temprano de algunos tintes naturales, que adicionaron variantes a la gama cromática original de las hebras, a lo que debe agregarse el empleo de la lana de los camélidos sudamericanos.
El trabajo de la cestería estuvo bastante desarrollado por cierto, confeccionándose canastas de fibra dura plana, en diagonal. Se lograba combinar diversos tipos de elementos, elaborándose diseños predominantemente geométricos, con uso alternado de fibras rígidas y blandas, muchas veces de colores distintos y contrastados. Empleándose estas fibras además, para usos domésticos, incluyendo las esteras que, colocadas en el piso, servirán para el reposo de las gentes, o se usarán como cortinaje separador de ambientes, tal como siguen empleándose en residencias campesinas sobre todo. Entre el 7,000 y el 5,000 a.C., la agricultura todavía juega un papel más bien secundario, etapa correspondiente al período Precerámico sin algodón, donde solo aparecen lagenarias, un maíz de grano muy pequeño, pallares y frutales, como la lúcuma y el pacae, no necesariamente domesticados por entonces; los asentamientos parecen estar más ligados al mar o a las zonas de recolección o caza, que a retrotierra; pese a que Lynch ha podido ubicar, en el Callejón de Huaylas, frente a la antigua Yungay, frijoles y un maíz de granos pequeños, con una antigüedad de 5,730 años antes del presente, en la cueva de Guitarrero. Los datos que manejamos al presente indicarían que al comenzar la etapa posglacial, el área de la puna estaba ocupada por bandas de cazadores-recolectores que disfrutan de una abundante presencia de animales de caza. Para esta etapa tenemos vestigios en Lauricocha (Huánuco), Ayacucho, la Meseta de Bombón en Junín, y el Callejón de Huaylas. La coexistencia del arte rupestre con artefactos líticos en Lauricocha y Toquepala de esta época, es clara. Hay petroglifos y pinturas rupestres en las cuencas del Marañón y del Huallaga, encontrándose también ejemplos de este especial arte pictórico en la yunga marítima y en los valles intermontanos por donde debieron haberse desplazado las gentes en forma estacional por lo menos.
A partir del 3,000 a.C. se desarrolló una segunda fase de este proceso, etapa caracterizada por un cada vez mayor predominio de la agricultura a partir de la aparición del cultivo del algodón, con gran dinamismo, con presencia de centros poblados estructurados y con mayor densidad poblacional relativa, como lo demuestran las investigaciones de la Universidad de Tokio (Terada, Onuki y otros), en Kotosh (fase Mito), y las actuales de Ruth Shady en Caral (2,627 a.C.), que presenta un anfiteatro con plaza circular, graderías, estructuras piramidales y viviendas de élite, con gente que además tocaban delicadas flautas de hueso de pelícano y de cóndor. En la fase Chihua de Ayacucho (4,300-2,800 a.C.), hay restos de ocupación de la puna, el valle alto y la yunga, donde se han localizado numerosas construcciones de piedra rústica (pirca), así como puntas de proyectil, raspadores y choppers, macanas, morteros, manos de moler y restos de algodón, frijoles, lúcuma y maíz. Hay evidencias en torno a la presencia del algodón y de la lana de los camélidos, que comenzaron entonces a reemplazar a las fibras de las plantas silvestres, para la confección del vestuario. La abundante ictiofauna de la Corriente de Humboldt permitió sin duda, la existencia de una numerosa población costera que ya poseía para entonces, redes de algodón. Aparecen en ese tiempo, a lo largo de la Costa, una serie de villorrios, algunos de los cuales han sido estudiados por Engel, con la colaboración de Lanning y Bishoff, como Los Chinos (Nepeña), Culebras, Bermejo, Curayacu, Río Seco (Chancay), Asia, Otuma, Chilca, Salinas de Chao, Disco Verde, etc.
Los hallazgos de Engel, en Cerro Paloma, a 8 km al norte del río Chilca y a 4.5 km de la playa, nos muestran un yacimiento bastante extenso, con datos de ocupación humana de alrededores del 8,000 hasta el 5,000 a.C., con más de 500 chozas que se abandonaban por sus ocupantes, aparentemente luego de la muerte de uno de ellos –como, de otro lado sigue acostumbrándose entre los ashuales del área norte de la Amazonía-, las habitaciones eran casi circulares, de esquinas redondeadas, con un diámetro promedio de 4 m y con la superficie excavada en unos 0.25 m, con el material procedente de esa excavación, acumulado al exterior del área de vivienda, conformando un anillo de tierra en el que se sostenían verticalmente troncos o cañas, que se sujetaban en la base con pequeñas piedras y barro, una segunda línea de parantes de madera se encontraba siempre al suroeste, y entre ambas se rellenaba el espacio con paja. El piso, rebajado con relación al área exterior, estaba normalmente cubierto por una estera de caña. Los datos señalan que se cultivaban y alimentaban de begonias, calabazas, mates, probablemente frijoles, mientras que las guayabas y el mito pudieron ser simplemente recolectadas en su forma silvestre, al igual que los frutos de algunas cactáceas. La fuente principal de alimentación aquí era básicamente de origen marino: peces y mariscos, así como lobos marinos. Las escasas puntas líticas que se han encontrado en el sitio, son en su mayoría de obsidiana, que seguramente procedía de lejanos puntos, probablemente de Quispesisa, en Huancavelica.
Entre los valles del Chillón y del Chancay, el sitio Arenal (7,000-6,000 a.C.), al sur de Pasamayo, presenta una cierta variedad de instrumentos líticos retocados a presión, similares ciertamente a los hallados en Lauricocha. El complejo Luz, del 6,000 al 5,000 a.C., de la misma área, muestra largas puntas de flecha pedunculares, cuchillos bifaciales iguales a los de Lauricocha II, y también morteros de piedra, lo que implica que para entonces se molían semillas vegetales para la preparación de harinas, y otros productos empleados en la alimentación. En el complejo Canario, entre el 5,000 y el 3,600, también en el yacimiento de El Arenal, hay un evidente aumento en la recolección de semillas de varias plantas, paralelamente al empobrecimiento de la industria lítica, en las fases Corvina y Encanto, momento en que se abandona la técnica del retoque a presión para los instrumentos de piedra. Época además, en la que en Chilca, más bien se intensifica el consumo de cañas, se emplea el algodón y se consumen calabazas y una especie de frijoles.
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Olá, seria otimo se foçe traduzido…