
Por Ricardo Alvarado
La intentona de Henrique Capriles y Leopoldo López en Venezuela logró que se les viera el plumero a muchísimos intelectuales y artistas latinoamericanos, que antes pasaban piola como “liberales de izquierda”, “centristas” o “izquierdistas moderados” y ahora se han mostrado, con mayor o menor impudicia, su apoyo al golpismo. Pero ha generado también un efecto contrario: intelectuales y artistas que apoyaban con reservas la revolución bolivariana han dejado las reservas a un lado, para solidarizarse plenamente con el gobierno legítimo de Nicolás Maduro.
A mi entender, ello no sólo se debe a la descomunal campaña de desinformación, mentiras y calumnias de la que fue víctima el gobierno de Maduro, cuyas peores expresiones (fotos falsificadas, testimonios incomprobables, denuncias no retiradas a pesar de haber sido desmentidas) resultan repugnantes para cualquier espíritu crítico. Se debe, principalmente, a la conciencia, cada vez más fuerte, de que nos hallamos frente a una nueva versión del socialismo real.
Dentro de la propuesta venezolana, algunos de los defectos del socialismo real no se han superado: dependencia extrema de las exportaciones de energía, pobre respeto por los derechos indígenas, avances y retrocesos en cuanto a la equidad de género, nociones contradictorias sobre el poder y la participación popular. Pero la gran diferencia que han podido encontrar las mentes más lúcidas de América Latina (no sólo por convicción ideológica; principalmente, por la abrumadora evidencia que brindan dos siglos de fracasos de la democracia representativa) es que sólo bajo un régimen socialista se pueden esperar soluciones a estos problemas, y que el gobierno de Maduro, con sus limitaciones, es el socialismo que hay; no existe otro.
Para quienes atacaron al gobierno de Maduro bajo la bandera de los derechos humanos, debe ser duro tener que reconocer (de hecho, muchos no lo reconocen) que en Venezuela, si bien ya no hay Comisión ni Corte Interamericana, hay pago de reparaciones, investigaciones de crímenes de lesa humanidad, policías y agentes de inteligencia presos por torturar y matar ciudadanos, sin que les valga como excusa lo excepcional de las recientes manifestaciones; incluso parece que se viene una Comisión de la Verdad, sólo que no pagada por USAID ni por la NED. En un continente en el cual la impunidad es norma (incluso en Argentina, que afronta decididamente su pasado, pero no hace lo mismo con su presente), afearle a Venezuela violaciones de derechos humanos es, en la mayoría de casos, un acto de profundo cinismo.
El nuevo socialismo real no tiene colectivización, ni planes quinquenales, ni industria armamentística, ni gulags, ni bombas atómicas, ni Pacto de Varsovia. Y como en el caso del primero, del lado opuesto está el fascismo. La elección no debería ser muy difícil.