Por: Tomás Borge. Embajador de Nicaragua en Perú. (*)
¿Se puede ser revolucionario y ser cómplice del aburrimiento?
En algún país y durante algún tiempo –mientras duró el socialismo real –los burócratas extraviaron el sentido del humor, detestaron las metáforas atrevidas y las osadías surrealistas. Se declararon fanáticos del martillo y los tractores. Fueron enemigos de las cinturas estrechas, de los labios carnosos, de los pectorales atléticos y de los amaneceres. A eso le llamaron realismo socialista.
En la antigua Checoslovaquia desconocieron la existencia de Kafka –lo cual era kafkiano– y expulsaron del partido a Milan Kundera. En los países socialistas se escribían poemas grises, aburridos y tristes. Con esos ladridos era imposible la supervivencia. Esta fue una de las razones por las que se desplomaron la URSS y el muro de Berlín.
El autentico revolucionario sabe reírse y hacer reír a quienes lo rodean. El auténtico revolucionario está obligado a soportar las calumnias de “La Ventana Indiscreta” sin perder los estribos. El auténtico revolucionario no entra en pánico cuando recibe ataques de los envenenados, de los pequeños. El auténtico revolucionario ama la música y los paisajes calientes.
El auténtico revolucionario no le teme a la CIA, a los cuerpos de paz, a las encíclicas, al peligro, al riesgo de la muerte y a la alegría de la vida.
El auténtico revolucionario se identifica con los pobres a cada hora, a cada minuto de su día. Ni justifica, bajo ninguna circunstancia, el hambre, la mortandad infantil, la miseria en el campo, los TLCs, las bases militares extranjeras, los poemas malos y la desigualdad entre las mujeres y los hombres.
El auténtico revolucionario se conmueve cuando se acerca a la penuria ajena, a la torpeza de alguno, a la tristeza de los demás. Siente en carne propia el escalofrío de la ternura y la luz de la belleza.
Un auténtico revolucionario es solidario hasta la consumación de los siglos. Tiene la virtud de no hacer concesiones a las mentiras malditas, a las verdades a medias, a la crítica perversa. El auténtico revolucionario no le cree una palabra a la SIP, al Departamento de Estado ni a la CNN.
El auténtico revolucionario es buen padre, buen amante, fiel a su familia y a sus amigos, es fanático de la lealtad y de la transparencia, ama a la justicia como si fuera el primero y el último amor de su vida.
El auténtico revolucionario es capaz de renunciar a sí mismo y no acepta ser ciudadano de la torre de Babel. Se inscribe en la república de la unidad, considerándola la única tabla de salvación, la garantía de la victoria. Las ambiciones personales son consideradas por un revolucionario como algo repugnante, mezquino e inaceptable.
Es definitivo: el revolucionario ama a su patria, a todas las patrias, al género humano. Ser revolucionario es alegre y honroso.
Dejó de estar de moda ser necio, malvado, aburrido, es decir ser reaccionario y de derecha.
Foto: El Nuevo Diario. Nicaragua
(*) Columna tomada del Diario La Primera (Perú)