
Por: Susana Chavez (Promsex)
Hace algunos días Rosa Maria Palacios escribía en uno de sus tweets “Las mujeres son mucho más virulentas y lapidarias contra Rosario Ponce”, haciendo referencia a los comentarios suscitados ante la denuncia de la fiscalía por la muerte de Ciro Castillo. En realidad, no es sobre el caso “Castillo Rojo” de lo que quisiera escribir en este artículo, sino del porque muchas veces las mujeres podemos ser mucho más crueles y lapidarias, cuando se trata de juzgar a otra mujer.
Varias autoras desde el feminismo, incluyendo Simone de Beauvoir han desarrollado algunas explicaciones que resultan interesantes y que dan cuenta del imaginario colectivo, que a pesar de los cambios sociales producidos en los últimos 50 años, aún prima sobre las mujeres. No importa en qué época podamos vivir, ni cuanto se haya avanzado en el desarrollo de los derechos humanos, aún las mujeres continúan siendo las depositarias de los grandes “valores” y su máxima expresión simbólica que da sentido a su vida es la “maternidad”, no sólo en términos biológicos, sino también sociales, pues si no llega a ser madre, será “tía”, representando así a la segunda madre, no tan perfecta como la primera.
La imagen de madre no es casualidad y está muy vinculada al “marianismo”, que algunos entienden como la “superioridad moral femenina”, cuya representación máxima es la Virgen Maria, madre de Jesucristo y por ende, “madre de humanidad”. Aunque esta definición está basada en la Religión Católica, la visión de la mujer como depositaria, también está presente en las otras religiones tales como las cristianas y las evangélicas. Ser madre, le da a la mujer, una superioridad innata a su condición femenina, lo que le permitirá ser tolerante y comprensiva con la inferioridad moral que representa el machismo de los hombres, manteniendo así una amalgama perfecta de lo que sería la “complementariedad” o lo que se conoce, como una relación basada en la inequidad de género.
¿Pero que ocurre cuando una mujer no se comporta de acuerdo a estos cánones y no se constituye en la guardiana de la moralidad? Entonces está en el otro grupo; en el de las evas, las magdalenas y las pecadoras; en pocas palabras, “las malas madres”, ósea “las inferiores”. Bajo esta premisa, la inferioridad de las mujeres que no son “buenas madres”, no es igual a la “inferioridad” de los machistas, pues para esta perspectiva, los “pecados” de los hombres, provienen de aquello que no está bajo su control, es decir, su origen está en su debilidad, mientras que en las mujeres, sus transgresiones tienen un origen distinto; son resultado de la perversión y de la maldad extrema y eso podría explicar por qué no sólo hay rechazo, sino también repudio.
Bajo esta clasificación, lamentablemente no hay términos medios; o somos santas o somos diablas. Somos santas si demostramos que nuestro sacrificio puede llevarnos hasta la inmolación, somos diablas, si tomamos nuestras propias decisiones, si no admitimos la sujeción u optamos por nosotras mismas. No tengo idea si algo de esto ocurrió con Rosario Ponce, pero que la satanizaron como una malvada, de eso no hay duda.
