
Por: Francisco E. Iriarte Brenner
Los cabellos del personaje representado en el Lanzón están transformados en serpientes, las mismas que se desplazan ondulantes hacia los lados, simulando la cabellera del ser. De los lóbulos de las orejas cuelgan pendientes en forma de disco con horadación central. Lleva un corto vestido, decorado con franjas y ceñido al cuerpo con una faja que remata en cuatro cabezas de felino, cuyas serpentiformes extremidades cuelgan a derecha e izquierda. A ambos lados de la cabeza se desprenden hacia arriba canales verticales, que llegan a una oquedad en forma de taza en la parte superior del cráneo, mientras que en las caras laterales se observa una especie de cresta trenzada, donde se descubren dos series de cabezas felínicas. Una lápida incisa, encontrada cerca del portal de este corredor, muestra una figura humana que reproduce al mismo personaje del Lanzón, con los cabellos sueltos y grandes colmillos, esta vez provisto de un caracol cónico y una concha de spondyllus, que lleva en las manos, lo que señalaría una evidente relación con el mundo marino y la costa, y con rituales de corte chamánico que persisten en la actualidad, estando esta figura labrada en una placa lítica cuadrangular. Con referencia al Lanzón fundamentalmente, Burger estima que: “… El arte y la arquitectura del centro ceremonial se fundamentaban en una visión coherente de las relaciones entre la humanidad y los diferentes dominios del mundo natural y el cosmos. Podemos comenzar a comprender este concepto al considerar el Lanzón, una escultura de granito de 4,53 metros de largo en la que aparece la imagen de una deidad antropomorfa con colmillos. Su localización en una de las cámaras subterráneas en el centro del templo, su tamaño y su esmero artesanal e iconografía, indican que éste era la figura principal de culto del templo original… El Lanzón está orientado hacia el oriente, a lo largo del eje del templo; el brazo derecho de la deidad se eleva, haciendo visible la palma de la mano, mientras el brazo izquierdo está hacia abajo, mostrando el dorso. Esta pose expresaba elocuentemente la función de la deidad como mediadora de opuestos, personificando, así, el principio del equilibrio y del orden. La asociación de esta deidad con el concepto de centralidad, realzada por su ubicación al centro de una galería cruciforme, se corrobora con las cuatro cuerdas paralelas que se elevan a los lados de la escultura… La forma en que el Lanzón penetra en el techo y en el suelo de la cámara donde se encuentra puede visualizarse como símbolo o eje conductor que une el cielo, la tierra y el inframundo. Desde la parte superior de la escultura baja un canal hasta un diseño en forma de cruz, el cual presenta una depresión o hendidura en su centro. Este símbolo podría interpretarse como un cosmograma en donde se representa el mundo con sus cuatro puntos cardinales y el centro sagrado. Una versión cosmográfica similar aparece en la mayoría de las esculturas de Chavín…”
Las piedras labradas y decoradas de la Plaza Circular Hundida –forma que aparece desde tiempos del precerámico con algodón, al menos-, ornaban los dos hemiciclos; estando dispuestas en dos series de 14 piezas, las superiores representan personajes humanos y las inferiores muestran jaguares (otorongos), figuras esculpidas logradas rebajando el nivel en torno a las mismas y con los detalles incisos. Es notable la figura de un sacerdote con caracteres de jaguar alado, con los cabellos transformados en serpientes, lo mismo que ocurre con el cinturón, que remata en sierpes; lleva un cactus columnar en la mano derecha, en el que se reconoce el mescalínico achuma o sanpedro (Trichoreureus pachanoi), que se sigue usando por los curanderos en la actualidad, en ceremonias chamánicas, para producir visiones derivadas de la sustancia psicoactiva que contiene esta planta. Las alas del personaje, seguramente aluden entonces, al “vuelo” chamánico. Este cactus psicotrópico aparece también en una tela pintada de la época, procedente de Carhua (Ica). Los felinos presentan el cuerpo decorado con cruces y círculos concéntricos, que además de identificar a la clase de felino de que se trata: el ocelote, oscollo, otorongo, tigrillo o jaguar, simbolizan las formas en que el antiguo peruano entendía a las constelaciones, seguramente en relación a observaciones astronómicas que debieron practicarse en este centro ceremonial. El Obelisco Tello, originalmente colocado en la plaza cuadrangular hundida, es un monolito de 2.52 m de alto. Los motivos decorativos incisos que cubren sus cuatro caras, son bastante complejos, dispuestos en torno a dos figuras zoomorfas colocadas en las caras más anchas del monolito, que se desplazan de perfil, con las extremidades dobladas, como descansando. Para Lathrap y también para Rowe, se trata de dos caimanes, uno terrestre y el otro uránico. El caimán terrestre está en relación con las plantas que nacen del subsuelo, mientras que el otro se acompaña de plantas y frutos considerados aéreos. Con el primero, a la altura de la cabeza, aparece un puma, cuya cola está transformada en sierpe y está acompañado de un Spondyllus; en la cabeza del segundo lagarto aparece un águila con cresta. Dentro de la decoración del obelisco, se reconocen también figuras humanas de perfil, parecidas a las de Sechín, seres antropomorfos felinizados y alados, cabezas de felino, cruces, etc. Muchas de las plantas y los frutos aparecen aquí como germinando en las fauces o la cabeza de los felinos, entre las que Lathrap estima que se encuentra la yuca (Manihot aipi?) estilizada. En la pata del mismo personaje se observa una cabeza-trofeo de la que surgen ajíes (Capsicum sp.). Puede interpretarse al conjunto también, como representación de un felino volador, cuya permanencia en la mitología andina actual, con el nombre de Ccoa, se mantiene en varios relatos tradicionales y que no podemos dejar de lado.
La llamada “Estela Raimondi”, es una talla lítica, monolito que tiene 1.95 m de alto por 0.17 m de espesor; en cuya cara anterior aparece incisa una divinidad, un personaje antropomorfo-felínico, que sujeta dos bastones verticales en las manos, varas conformados por serpientes y bastones, la cara es una estilización del rostro de un felino, está enmarcada por serpientes y sobre la frente aparece una boca felínica vuelta hacia arriba. Las manos y los pies rematan en garras de aves de rapiña. De la cintura penden serpientes representando un cinturón que ciñe el vestido al cuerpo del personaje. Sobre la cabeza se eleva, a modo de tiara, un motivo conformado por cuatro cabezas felínicas superpuestas, de las que irradian apéndices estructurados por serpientes y bastones, lo que Kauffmann considera que se trata de una adecuación a las condiciones del lito y que, en realidad sería el adorno plumario que cuelga hacia atrás de la cabeza del personaje en la forma como originalmente debió usarse, cubriendo las espaldas del ente allí representado. Se muestra en esta estela y persistentemente, el concepto dual de la cosmovisión andina, pues mucho de este arte está configurado por una armazón de dos caras que se enfrentan y forman el rostro del personaje representado. Este personaje, con atributos humanos, ornitomórficos, felínicos y serpentiformes incorporados en el diseño, será repetido constantemente en el arte peruano a partir de este momento, usándose por diferentes grupos culturales a través del tiempo, con ligeras modificaciones derivadas del material empleado y de los específicos gustos y creencias desarrollados en cada localidad.
Las columnas de las falcónidas, que adornan el portal de acceso al Templo Nuevo, miden 2.30 x 0.90 m, son de un color grisáceo oscuro, se muestran trayendo incisas las representaciones de figuras humanas de pie, disfrazadas de aves (¿halcones?), con rasgos felínicos adicionados, probablemente sacerdotes o danzantes, con las alas abiertas. Al lado derecho del observador aparece el personaje de género femenino, con una marcada vagina endentada, propia de mitos andinos muy antiguos, mientras que el de la izquierda es varón que trae un falo triangular, composición general que seguramente se conforma en relación con la concepción dual del mundo, lo que se reitera al habérseles colocado en el remate de la escalinata de acceso; la escalinata que mencionamos muestra a un lado escalones de color negro, mientras que el lado opuesto y complementario, es de color blanco, segmentos contrapuestos y separados por una línea de demarcación central. Estas columnas sostenían un bello friso de águilas o halcones, que convergen hacia el centro del acceso, de los que se han conservado 8 figuras, aunque puede suponerse que originalmente eran unas 14 aves que se enfrentaban 7 a 7 al centro del friso. Lo que podemos apreciar ahora es una serie de 7 aves que se contraponen a una que se orienta en oposición a las demás. Las denominadas cabezas clavas –por su lado-, son esculturas en bulto, que representan cabezas humanas estilizadas, zoomorfas (felinos, aves, serpientes) o fantásticas, con un apéndice posterior, a modo de estaca o clavo, que penetraba al interior del edificio y que se sostenían en la estructura muraria, casi a modo de gárgolas, en la parte posterior de la antigua construcción. El aspectos general de estos adornos externos de los templos, es bastante severo en términos generales, o para algunos terrorífico, aunque encontramos entre ellas una muy especial, representando a un distraído y alegre silbador, lo que –sin duda- no tiene nada que ver con el terror. Para ciertos autores estas cabezas representan más bien a sacerdotes consumidores de drogas como la vilca, achuma o sanpedro, pues muchas de ellas muestran la segregación de moco por las narices, característica que está relacionada con el consumo de esas sustancias, psicoactivas, aunque también puede considerárselas como representación de cabezas trofeo, sobre todo por el moño que aparece siempre en la parte superior del cráneo.