Por: Francisco Pérez García (*)
Me acerqué al cine el último fin de semana y como ya había visto casi todas las películas que me interesaban, entre el cine y mi DVD (confesión sincera) opté por ver la última película de M. Night Shyamalan, titulada «El Fin de los Tiempos» (The Happening en inglés) y aunque es cierto que iba con la total incredulidad y desconfianza que me produjo su anterior trabajo (La Dama del Lago) me propuse entrar a por lo menos pasar un momento de suspenso.
En verdad, la cinta narra una serie de sucesos que se producen por un extraño fenómeno que invita a los seres humanos en el Central Park de Nueva York (paranoia post 11-S) a quitarse la vida de cualquier manera que tengan a la mano (taparse los ojos si son sensibles, en la escena de los obreros lanzándose del último piso de un edificio en construcción) y el mismo fenómeno se produce en diversos lugares de la costa este de «gringolandia».
En medio de todo ese rollo, un cumplidor profesor colegial de ciencias (Mark Walhberg) tiene que atravesar por un conflicto marital y además con la expectativa de huir de Nueva York por lo que consideran, según los medios y alucinadas autoridades un «atentado terrorista toxicológico que bloquea una neurona del cerebro que es la que evita que nos hagamos daño».
Luego viene todo lo demás, la huída, más muertes, la solución del problema marital, confesiones absurdas, algo de sangre en cada suicidio (brutal la escena de la podadora automática sobre un indefenso ciudadano), hasta que los protagonistas del éxodo (el profesor, su esposa y la hija de su amigo, Jhon Leguízamo que se suicida cortándose las venas) llegan a un punto sobre el cual ya no tienen escapatoria en un alejado pueblo al oeste de los Estados Unidos.
Al final de todo el asunto (y me imagino que cuando lean esto ya habrán visto la película) la trama gira sobre la reacción de las plantas y vegetales, que, cansadas del maltrato de los humanos, y de los efectos del cambio climático empiezan a irradiar esta toxina que produce que la gente se «bloquee» y empiece a quitarse la vida.
Obviamente, la paranoia del terrorismo nuclear, el post 11-S y los guiños de películas tipo «Juegos Macabros» u «Hostal», hacen de esta película un pretexto para ir al cine y ponerse a pensar en el mensaje que entre líneas (y gotas de sangre) pretende enviar Shyamalan «protejamos el medio ambiente o la naturaleza nos lo devolverá».
Ese mensaje se repite en toda la peĺícula, el hilo conductor es que empieza en los parques y termina en pequeños poblados… elimina a la gente de las grandes urbes y después con lo más minimo de la población.
Es decir, el director apela al miedo para de una vez por todas hacernos entender que este mundo es el único que tenemos y que mejor lo cuidamos. Uno de los «expertos» que aparece en la película señala que «así como algunos animales buscan protegerse y algunas plantas lanzan toxinas contra los depredadores, igual lo están haciendo con nosotros».
Verdad o mentira… eso queda en cada quién, pero lo que si es cierto es que mejor, nos ponemos bonitos y cuidamos nuestro espacio terrenal, con cosas tan simples como no botar un papel en la calle, o arreglando el escape del carro que manejamos o… bueno, hay una serie de alternativas ¿no?
(*) Editor principal de Spacio Libre