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Perú logró lo que hace un año era impensado, quedar en zona de repechaje para llegar al Mundial de Rusia 2018. Se jugó mal, le faltó jerarquía al equipo pero no se bajaron los brazos y eso es algo que no se puede criticar. La crónica del 1-1 con Colombia donde reinaron la imprecisión y la consternación.

El grito de Paolo, el grito de Perú / Foto: Movistar Deportes

Por Francisco Pérez García
@franco_alsur

Foto de portada: EFE

Hoy es un día de esos raros, donde los sentimientos chocan y generan más de un conflicto. Donde la imprecisión dio paso al coraje, para luego dejarle un espacio al temor, abriéndole cancha a la esperanza, que se perdía en el miedo de morir ahogado en la orilla. Al final, el grito apresado de gol para luego pedir tiempo ajustando.

Así se resume el 1-1 con Colombia, un partido donde pasó de todo. Un encuentro que comenzó con una selección peruana que se mareó en medio de sus expectativas y de la algarabía inicial de la gente, que se fue diluyendo poco a poco y parecía tomar el Metropolitano para huir de un espectáculo donde la pelota no pasaba por los pies peruanos con más de dos o tres toques sin que alguna camiseta amarilla se la llevara.

El equipo que paró Gareca era similar al que se plantó en La Bombonera argentina, pero algo había cambiado, las imprecisiones se volvieron una constante, Ospina era una espectador VIP del partido y eso enervaba, molestaba, pero jamás pensé que lograra apagar a los miles que llegaron al Nacional, a «La casa de todos», a aquellos que pasaron la «cola virtual» de Teleticket o los que vendieron el alma en la reventa… para eso mejor se quedaban en su casa.

Y ese silencio, ese «pechofriismo» (con el perdón de lo absurdo del término inventado) terminó por complicar a una selección que debía jugarse un segundo tiempo de muerte, como ha sido su costumbre en los últimos meses. Pero algo pasó. Colombia necesitaba ganar para llegar derechito a Rusia, sin escalas en tierras neozelandesas. Y en Quito el resultado no nos favorecía: A Messi se le ocurrió despertar (o lo dejaron despertar, o se dejaron madrugar… tengo mis sospechas con ese milagro para la clasiFIFAción albiceleste) y le clavó solito 3 a Ecuador.

Paolo, con sus pro y sus contra, el símbolo del empuje de esta selección / Foto: EFE

Fue en ese escenario que James Rodríguez despertó y aprovechó un rebote en el área para vencer a un Gallese que no pudo más de lo que ya le hayamos exigido hasta hoy. Y el fantasma de Francia 98 se instalaba sin vergüenza sobre las tribunas del Nacional, solo faltaba que a Chile se le ocurriera anotar… felizmente los cariocas se bajaron del carro al vecino más incómodo de todas las selecciones sudamericanas, ese vecino chinchoso que nadie aguanta, ese que juega sucio y maletea a los demás. Ahí el estadio reaccionó y vino lo impensable…

Falta a unos metros del área, y Paolo que se planta con la pelota, mira el arco… pero no ve la mano levantada del arco «¡Voltea Paolo!!! Mira al árbitro oe!!!» grito desesperado a la tele como si me fuera a escuchar… patea, la pelota viaja y entra al arco GOL! «¡La cagaste… era indirecto!» reniego, pero de pronto el de negro se toca la mano y señala el centro de la cancha. Ospina la había  tocado, y mientras, Guerrero corría mirando al árbitro, al arco, a la tribuna con ganas de gritar y sin gritar hasta que el gol se marca y 31 millones de locos y locas explotamos con él.

Luego Venezuela le clava una impensable a Paraguay y lo entierra. Las bancas de ambos equipos se inquietan, se paran, Pekerman se sabe en Rusia, Gareca sabe que necesita un gol más para irse de frente, pero ambos equipos se quieren en Rusia. El colombiano Chará entra y empieza a «informar», Falcao se le acerca a Ramos y le dice algo, el defensa empieza a decir «aguanten, aguanten» y se inicia la extraña pichanguita de los últimos minutos.

¿Chará ingresa a la cancha y empieza a «datear» los resultados de los otros partidos? / Foto: ESPN

Y uno en casa, renegando «corran!!! ataquen!! metan!!», pero luego caes en la contradictoria sensación que a veces el fútbol, el deporte y la vida es más que solo ganar, también es darle la mano al rival de al frente, y de paso no arriesgarte tanto como para no perder lo que se ha obtenido y correr la mala fortuna de quedarte sin nada.

Falcao conversa con Ramos, acto seguido el defensa pide a sus compañeros que retengan y roten el balón / Foto: ESPN

«Pero por qué celebran un quinto lugar», «por qué arrugaron los 3 últimos minutos», «no ganaron, qué celebran», dirán y dicen los «puristas» del fútbol, aquellos moralistas que aparecen cada vez que la algarabía anda ahí y que se creen por encima del bien y del mal. Pero no entienden que la cosa es simple. Hace un año nadie daba medio sol por este equipo, incluso el autor de este texto -revisando su cuenta de Facebook- renegaba el año pasado con el empate obtenido con Argentina en Lima, y que no nos sacaba de los últimos lugares  y ahí ni el suscrito ni nadie (incluso tú, no lo niegues) pensaba en sus sueños más optimistas vernos con la posibilidad de clasificar directamente o llegar a Oceanía.

Eso es lo que se celebra. Sí es cierto, nos ayudaron los puntos que le quitaron a Bolivia, pero a Chile también le dieron esos puntos y los sureños andan fuera. Aquí se ganó lo que había ganar, se ajustó donde había que ajustar y hoy estamos a 180 minutos de lograr algo que nos es ajeno desde hace 35 años. Hay que sufrirla, sí… pero ¿qué sería de los peruanos si no sufriéramos antes de lograr un triunfo o cumplir un sueño? Como dije en mi post anterior, soy de esa generación que quiere cambiar el recuerdo del Naranjito de España 82 por el lobito de Rusia 2018. Así que nuevamente, ¡¡Arriba Perú!! (Y gracias por tanto muchachos).

Por Francisco Pérez García

Periodista por vocación, profesión y adicción (y mucho de terquedad). Egresado de la Escuela de Periodismo Jaime Bausate y Meza. Fundador de Spacio Libre, interesado en toda la dinámica del periodismo digital y creyente de la (no) objetividad periodística y el enfoque con opiniones e interpretación. Especializado en temas de política y derechos humanos. Terco creyente que el país algún día cambiará y que el periodismo recuperará su función de informar y no de servir de plataforma para el mejor postor.

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