Protestas en Perú exigen renuncia de Dina Boluarte. Foto: France24
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Por Ingrid Ramírez Ariza*

La presente edición de Resistencia** llega con olor a gas represivo contra un pueblo insurgente, pero también con su sudor optimista y esperanza de ciudadanos que no se rinden. Mientras escribo estas líneas, el pueblo en las calles continúa movilizado. A demandas políticas el gobierno ilegítimo de Boluarte responde con represión, detenciones arbitrarias, terruqueo pornográfico. Boluarte tiene más muertos que días de gobierno. Y este solo dato es signo de su bancarrota y el castigo ejemplar que habrá de merecer.

Mi generación nació en una época de turbulencia política, vimos la luz en los 90, cuando ya las torres no se volaban tan seguido y donde Pataclaun era más valiente que algunos noticieros de señal abierta. Nosotros vivimos la caída y extinción de Sendero Luminoso, y la renuncia por Fax del nipón Fujimori, otro asesino. Mi generación nunca más debió vivir ni terror ni dictadura. Siempre pensé que su espacio estaba reservado a los libros de historia, nunca pensé conocerla, vivirla, sufrirla.

Marcha de los Cuatro Suyos, año 2000. Foto: La República
Juramentación de fidelidad a la patria en la Marcha de los Cuatro Suyos en el Paseo de los Héroes Navales en el año 2000. Foto: La República

La democracia había llegado para quedarse, mi generación se la creyó. La democracia jamás permitiría que la prensa se compre, se venda, se alquile, por eso dije que bonito, vamos a estudiar ciencias de la comunicación. Tampoco dejaría que la gente muera por salir a protestar, eso era cosa del subdesarrollo, del salvajismo, por supuesto que no pasaría en mi país, en mi patria. Porque nosotros éramos hijos dela democracia, la madre de toda nación libre. Que ilusa había sido estos 28 años, bailando encima de una capa de hielo tan frágil que no servía para esconder a las pirañas que esperaban debajo.


Sin embargo, esta coyuntura sirvió para que todo caiga. Toda esa ilusión, todo ese espejismo, todo ese comercial con Inca Kola y Contigo Perú, mientras comíamos lomo saltado, ají de gallina y arroz con pato. No era verdad, nada era verdad. Un país no es una nación, el Perú no es uno sólo. Y esa multiculturalidad que debiera ser una de sus mayores riquezas, terminó revelándonos que sigue siendo uno de sus problemas más grandes.

La base económica de nuestra “economía social de mercado”, que nos prometió un país con desarrollo y rentabilidad para todos los negocios, resultó siendo nefasto engaño, el más gran de todos. La lucha de clases, igual que las placas tectónicas, sigue presente en el escenario político del Perú.

Independientemente a mis deseos, o gustos, independiente de lo que diga radio felicidad, la lucha de clases sigue dirigiendo el destino de estos 33 millones que pisamos el mismo suelo.

Policía ingresando con tanquetas a la universidad San Marcos para detener injustamente a manifestantes que pernoctaban en dicho centro de estudios. Acusaron a 193 ciudadanos de terroristas sin prueba alguna / Foto: LaNoticia.com.pe

Tal es así, que al desarrollo que se obtuvo de la privatización desmedida de nuestras empresas estatales, nos dio una estabilidad ficticia, mentirosa. Luego nos dimos cuenta que los colegios se caían, que el gas la compraba barato la empresa capitalista y la vendía a más precio a los consumidores, que nunca dejamos de ser un país primario exportador. Y para cerrar estas brechas, no alcanzan los bonos, no basta con ponerle una marca a todo lo que somos, no basta cambiar de presidente. El Perú tiene gangrena.

Este Perú nuestro, tuyo y mío, está infectado de injusticia, desigualdad, corrupción y racismo. No me gusta este país para mis hijos. Y tiene que ser cambiado.

Por ellos, porque tengan condiciones distintas de vida, a las injustas que son las actuales, es importante aceptar la crisis como una oportunidad y de una vez por todas ¡Cambiarlo todo!, desde la raíz, desde abajo, desde la estructura. Todo va a tambalear seguramente, muchas veces no sabremos si estamos haciendo lo correcto y muchas veces seguro, nos vamos a equivocar. Pero mi generación creció enamorada de la democracia y la libertad, creo sinceramente, que ese amor, como todos los primeros amores sigue vivo, adentro de nuestro pecho.

* Ingrid Ramírez es Comunicadora social, poeta y activista. Directora de Resistencia Ciudadana.
** Este artículo fue publicado en la edición número 8 de la revista digital Resistencia Ciudadana

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