
“Yo simplemente salgo a robar. Mato primero y robo después, ni que estuviera loco para no asegurarme. Ahora todos andan armados y si me matan nadie verá por mi familia”. E. E. B.
Cuando en los años 80’ se leía, escuchaba o veía en la televisión sobre los cochebombas, los asesinatos selectivos, las ejecuciones de campesinos, estudiantes, autoridades, policías y soldados, y el avance incontenible del terrorismo, los rezos y súplicas de la población no paraban.
El terror había invadido el cuerpo y la mente de la mayoría de los peruanos. Cualquiera podría ser un terrorista. Hoy, algo parecido está sucediendo, cualquiera puede ser un delincuente. En solo una semana son casi 20 los heridos y media decena de muertos por bala producto de los asaltos que asolan a la ciudad capital, y esto es indetenible como el reloj.
Los asaltos a mano armada, ya no con chaveta sino con pistola, no solo se dan en el Callao o en los barrios periféricos de Lima, sino en distritos como Jesús María o San Borja y a cualquier hora del día. La consigna es primero te disparo, después te robo, o como diría mi buen amigo Edmundo Espíritu al interpretar la lógica del delincuente:
“Yo simplemente salgo a robar. Mato primero y robo después, ni que estuviera loco para no asegurarme. Ahora todos andan armados y si me matan nadie verá por mi familia”.
El desprecio por la vida, la del mismo delincuente y a la de los demás es una constante. Y lo peor es que ahora la mira de los delincuentes son los jóvenes, esos chicos que van a la universidad, que aunque de lea reiterativo, son el futuro del país y ese futuro se puede frustrar.

Ya no es seguro caminar por la calle, estar en un vehículo de transporte público o en carro propio, incluso en la tranquilidad del hogar. Estamos a merced de la delincuencia que actúa con toda impunidad seguros de que no le pasará nada al final. Esta situación que requiere tomar medidas urgentes y efectivas.
La línea o brazo de la ley y de la justicia en el país se rompe en alguna parte y es ahí donde se debe trabajar. Si para capturar a los principales cabecillas del terrorismo y acabar con el terror se organizó un grupo de elite, porque no hacer algo así, más allá de gobiernos, más allá de ministros sabelotodos. Hacer del combate a la delincuencia callejera una política de Estado podría solucionar el problema.
Asumir que la lucha frontal contra la delincuencia va de la mano de la lucha contra la corrupción en todas sus formas. Con políticas que acaben con las cárceles doradas, esas cárceles con cable, wifi y conectadas con el mundo exterior. Con cero coima para los custodios del orden dentro y fuera de los penales, y con penas efectivas para quien delinca, sea quien sea. La cárcel es un castigo, es una pena, y esta debe darse sin adornos ni acomodos.

Por otra lado, la población debe organizarse con apoyo real de las autoridades, tanto municipales como de los ministerios del interior y justicia. De no ser así, la población no se inmiscuirá en el problema por la natural conservación de la seguridad y vida personales y de la familia. Si todos se comprometen, el problema es de todos.
O nos rendimos a la delincuencia y nos quedamos quietos cuando nos asalten y lo asumimos como conducta o actuamos con la ley en nuestras manos, con el apoyo de la fuerza pública y del Estado. Se debe parar esta insana costumbre de sucumbir a la delincuencia.
No estamos pidiendo enfrentarse con palabras a una pistola y a un desadaptado sin valores y con absoluto desprecio por la vida. Pedimos resguardo real en las calles, en los buses, en todo lugar, por las autoridades y por la población. Si es necesario una ciudad sitiada por las fuerzas del orden para parar esto, que así se haga hasta que el orden y la tranquilidad se restauren. La experiencia del estado de emergencia en el Callao no ha dado resultado más allá de los anuncios del ministro del interior porque no es efectiva, es solo propagandística.

Ser efectivo es que se desbaraten bandas, se encarcelen a los cabecillas que la misma policía sabe dónde actúan y quiénes son. Acaso la policía no cuenta con servicios de inteligencia. Acaso la policía no es, por lo menos en teoría, los especialistas en el combate al crimen.
Si en los 80’ miles de jóvenes dejaron el país por el terrorismo, se viene otro éxodo a cualquier parte por la delincuencia incontrolable y sin visos de solución. Nuevamente el país será testigo de las despedidas dolorosas, del rompimiento de la unidad familiar, bastante golpeada ya, y de las pérdidas irreparables que cada día se incrementan por la insania de los delincuentes.
Que el Estado, los gobiernos hagan cárceles de verdad, que apliquen la ley de verdad, que sancionen de verdad, que se sepa que la ley en Perú existe, y que si se comete un delito eso se paga y que se pague sin arreglos, sin beneficios de ningún tipo.
Los niños que hoy están en las escuelas deben caminar con tranquilidad en las calles de Lima y del Perú sin el temor a ser asaltados y a perder la vida por un par de zapatillas, de un celular o simplemente por el poco dinero que llevan en los bolsillos. Que Lima y el Perú sea realmente un lugar donde todos podamos estar y sentirnos seguros.
