LA TETERA CÓSMICA. ¿Un país sin héroes?
Foto: Andrés Edery (Terra Perú)

LA TETERA CÓSMICA. ¿Un país sin héroes?

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Foto: Andrés Edery (Terra Perú)

Por: Roberto Bustamante Vento

Hace ya varios años, de visita por el Perú, el historiador venezolano Germán Carrera Damas nos preguntaba a los estudiantes del posgrado de Ciencias Sociales de San Marcos sobre los héroes vigentes. Eran los últimos meses del gobierno autocrático de Alberto Fujimori. No pudimos responder. ¿Túpac Amaru II? ¿Miguel Grau, tal vez? Germán Carrera explicaba cómo en Venezuela, Simón Bolívar era mucho más que el Libertador, sino era sobre todo un mito popular, una tradición movilizadora. Y que no por gusto Hugo Chávez lo utilizaba en cuanto evento pudiera. ¿Había algo parecido en el Perú?, preguntó Carrera. Nada. Bueno, eso creíamos.

El nuestro es un país donde la historia se enseñó muchas veces desde el lado de los derrotados. Gonzalo Portocarrero y Patricia Oliart, en su clásico ensayo “La “Idea Critica”: Una visión del Perú desde abajo”, escribían sobre un país con una autoimagen derrotista y llena de mártires (Túpac Amaru II, Grau, Bolognesi, etc.) pero nunca de héroes triunfadores. Nuestra independencia, así nos lo enseñaron en el colegio, fue dirigida por Libertadores que vinieron de fuera. Nuestra clase dominante siempre fue conservadora.

Esta reflexión viene a cuento por dos hechos aparentemente disconexos, pero que expresan un mismo problema. Por un lado, el pedido de la Corte Interamericana de Derechos Humanos para que el estado peruano investigue los posibles crímenes de lesa humanidad cometidos durante la Operación Chavín de Huántar. Por otro lado, la crítica de Iván Thays a la comida peruana y la respuesta en redes sociales y otros espacios.

No voy a entrar en análisis desde la psicología porque no me compete. No sé si esto es un problema de narcisismos o qué. Más interesante que el saber qué lado tiene razón (me inclino a darle la razón en varios puntos a Thays), me genera más preguntas el tipo de discurso al que apela ese lado, absurdamente llamado “bárbaro”, “iletrado”, etc.

En un país sin héroes ni triunfos (fuimos casi campeones de las Olimpiadas de Berlín, cuenta la leyenda urbana), la Operación Chavín de Huántar llena de orgullo a muchos peruanos. No tenemos mucho más de dónde escoger. El fujimorismo recogió los temores de los peruanos hacia finales de la década de los ochenta y le colocó a los Comandos de Chavín de Huántar como los ángeles guardianes que celosamente cuidarán de nuestros sueños. Por primera vez teníamos un grupo de soldados que orgullosamente podrían decir “vencimos” y no “hicimos todo lo posible”. Además de la imagen internacional.

Desde el lado de la defensa de los derechos humanos, el camino se volvió largo. Habían hartos indicios de violaciones cometidas durante el operativo, pero ¿cómo levantar el tema sin tocar a este nuevo mito movilizador? ¿Es acaso posible? Para ello el movimiento de defensa de los derechos humanos tendría que haber hecho algo que hasta el momento no ocurre, es decir, entrarle a la corriente del mito, arrebatárselo al fujimorismo y a la ultraderecha y más bien desde allí ubicarse y exigir una investigación que limpie de sombras y dudas la exitosa operación militar.

Sin embargo, la derecha no solo fue perspicaz al momento de inventar el mito de los Comandos. Una década atrás, en medio de la crisis económica más fuerte que hayamos vivido, teníamos un país moralmente derrotado. No solamente por una inflación que se proyectaba hacia el final de nuestros días, sino por un terrorismo que ponía en jaque a la política local. En medio de esos días, a la falta de un discurso optimista y que levante la moral de los peruanos, a la derecha se le ocurrió una idea brillante. ¿Quién sino el peruano informal, aquel que invadía un arenal y lo convertía en una ciudad? ¿Quién sino el ambulante que salía todos los días a trabajar, para triunfar en una ciudad que le discriminaba y contra un estado que lo ahogaba en papeles? La derecha inventó la idea del pequeño empresario informal (lo que ahora conoceremos como “emprendedor”) como el hombre del mañana. Un nuevo mito nació. Y con este mito, la derecha le arrebató la hegemonía en el “sector popular”. Hasta el día de hoy, la izquierda ha sido incapaz de poder arrebatarle dicho sector a la derecha. Falta de ideas, quizá. Salir más a la calle, de todas maneras.

No puedo dejar de entender el culto a la comida peruana desconectado del mito del emprendedor. Aquí el papel de un promotor fuera de serie como Gastón Acurio ha sido clave, como también el de la gente de APEGA. Se logró una cohesión entre los cocineros de los restaurantes más caros como de aquellos y aquellas que vendían o siguen vendiendo en una esquina en el Rímac. Los peruanos veían por fin que ese mito del pequeño empresario, del emprendedor, iba cuajando. Era ya el sueño del peruvian way of life. Eso se expresa con fuerza en los principales medios de comunicación al punto de preguntar a cuanto artista viene si le gusta o no el ceviche. Y, claro, para muchos esto nos parece una huachafada.

O nos lo parecía.

Y he allí el punto clave en toda esta historia. Ya sea la Comisión de la Verdad con respecto a nuestro único logro militar (sic) o Iván Thays y otros criticando la excesiva atención a la comida peruana con respecto a otras manifestaciones culturales, lo que estamos tocando es un poco más que el narcisismo nacionalista, como lo llama Jorge Bruce. Estamos tocando mitos movilizadores. Que nos dan una idea optimista de nación, más allá que estos sean reales o no. Un siglo atrás, Mariátegui y Haya de la Torre debatían si la consagración del Perú al Sagrado Corazón ameritaba o no un radical rechazo; era opinión inicial de Mariátegui que no, ya que no había que subestimar el alcance y poder de los mitos movilizadores.

No deja de haber cierto desdén academicista por los mitos movilizadores. Se les mira como huachafos, fuera de lugar, desubicados. Los oponemos con una racionalidad impoluta. Desde luego, esa crítica a los mitos se da desde un lugar privilegiado, letrado, culto, educado. Son los otros los iletrados, bárbaros y maleducados.

¿Cómo navegar entonces en medio de ese mar revuelto? Allí, tanto el movimiento de derechos humanos, como el de las letras, debe navegar con cuidado. Se trata de introducir elementos en la agenda pública sin descuidar que la sociedad política peruana ya tiene sus héroes de acción. Y que los va a defender con uñas y dientes. Bajar un poquito el discurso, aceptar que para ganar hay que perder un poquito.

Es decir, no fruncir tanto el ceño con lo que esta élite considera huachafada.

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3 comentarios

  1. En otras palabras, los heroes de los peruanos son peruanos que mataron otros peruanos (desarmados, despues de rendidos). Muy bonito.

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