LA TETERA CÓSMICA. Perú, país megaperverso
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LA TETERA CÓSMICA. Perú, país megaperverso

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Por: Roberto Bustamante Vento

En marzo de 1984, en los distritos de Manta y Vilca, en el departamento de Huancavelica, se instalaron bases militares contrasubversivas. El fin de dicha base era combatir a las huestes del grupo Sendero Luminoso, alzado en armas y asesinando campesinos desde el año 1980. Desde la instalación de la base, se registraron sistemáticamente violaciones y desapariciones de mujeres. Allí se evidenció el ensañamiento contra los cuerpos de las mujeres como parte de la estrategia local antiterrorista. No bastaba con la tortura, sino con la violación, muchas veces usada como forma de “lección moral”, de “enseñarle” a la mujer, horas antes de morir, quién mandaba y en qué consistía ese poder.

La Comisión de la Verdad y Reconciliación ha registrado 538 casos de violaciones sexuales, la mayoría de ellos cometidos por Fuerzas del Orden. Hasta el 2010, solo estaban abiertos 16 procesos penales. Casi todos los casos congelados y no hay hasta ahora un solo responsable en la cárcel.

Y en muchos casos, lejos de contextos de conflicto armado interno, guerra o como se quiera llamarle a la lucha antisubversiva, mueren mujeres. Y sus muertes no se dan en contextos simples, sino que muchas de estas mujeres asesinadas tienen huellas de tortura y violación previas. El victimario decidió abiertamente tomarse un tiempo sobre su víctima. El victimario decidió ejercer “su poder” sobre la mujer, su “lección moral”. Es a esta situación, a este tipo de crímenes donde hay esa preparación perversa sobre la víctima antes del asesinato, al que se le llama feminicidio.

Hasta el mes de abril del 2012 se habían registrado en el Perú doce asesinatos donde el victimario (casi siempre la pareja) era un hombre que asesina a su pareja porque mejor es ser homicida que “cachudo”, con el honor mancillado, expuesto a sus pares como poco hombre. De allí el ensañamiento o “lección moral” a la víctima. En otros casos, también puede darse el caso que se de un feminicidio en un contexto de robo, porque simplemente al ladrón le pareció que la víctima se merecía una tortura o violación previa. Nuevamente, el feminicidio es un ejercicio de poder, que se viene dando de manera sistemática más allá del móvil y que se revela en la propia estructura o pasos del crimen.

Pero, a pesar de la evidencia, muchos y muchas se muestran renuentes a aceptar que el feminicidio existe. Se le llama muchas veces “crimen pasional”, como una suerte de atenuante, como si los celos naturalmente desembocaran en la tortura y el asesinato posterior. La otra posición es frivolizar el feminicidio señalando que a veces es la mujer la que mata al hombre. Es cierto que se dan asesinatos de todo tipo, pero nunca se han dado de manera sistemática ni contando con el aval de la policía y los jueces para los que el ensañamiento es siempre secundario. “No es feminicidio, sino homicidio agravado”, y se encarpeta el secuestro y la tortura.

Reconocer el feminicidio (y la violencia contra la mujer, incluyendo al acoso sexual en las calles y avenidas) como prácticas instaladas, nos enfrenta quizá al peor de los monstruos que guardamos bajo las camas de nuestro país. Nos avergonzamos de ello, lo negamos fuertemente, preferimos decir que para qué seguir hablando del pasado cuando lo más importante para nuestra identidad nacional se encuentra en la pollería más cercana a tu lugar de trabajo. “Presente se come a pasado”, dice una publicidad de una cerveza nacional, jugando en pared con el discurso de la Marca Perú. El pasado es lo que nos avergüenza. Y mejor ni mirarle ni prestar atención. Y en ese pasado (no tan lejano y sí muy reciente) se encuentran todos esos casos de violencia contra la mujer.

Preferimos entonces echarle la culpa a todos, como si la responsabilidad no pudiera ser claramente identificada. Se echa la culpa hasta los medios, que aunque tienen un papel fundamental en la reproducción de discursos y representaciones, no son tan fundamentales como la reforma del aparato responsable de impartir orden y justicia, mucho más cómplices desde siempre en la reproducción de la violencia contra la mujer. Son los policías los que muchas veces no reciben las denuncias de violencia contra la mujer y los jueces los que encuentran atenuantes en los crímenes.

Así, en ese contexto, una mujer no puede ventilar ningún aspecto de su vida en ningún lado porque puede ser secuestrada, torturada, violada y asesinada por su pareja, cuyo “honor ha sido mancillado”. Mejor es que se quede en su casa, callada.
Como si eso, en este país, la salvaría de cualquier golpe o abuso.

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