
Hace algunos días falleció Julio Fairlie, el creador de uno de los personajes más importantes del mundo de las historietas y las caricaturas en el Perú: Sampietri. La creación de Fairlie integra la gran familia de personajes a la que también pertenecen otros como Vicuñín, Manyute, el Super Cholo, el Capitán Intrépido y el Cuy, verdaderos clásicos del humor gráfico nacional.
Fairlie fue parte de una larga tradición de humoristas gráficos peruanos. Esa tradición que se remonta al siglo XIX, tiempo en que Williez elaboró divertidas caricaturas políticas de los presidentes Ramón Castilla y José Rufino Echenique, alcanzaría sus momentos más emblemáticos con la publicación de Monos y Monadas, que Julio Málaga y Nicolás Yerovi iniciaron en 1905. Ya en nuestros días podemos encontrar, entre otros grandes caricaturistas, a Carlos Tovar (Carlín).
A lo largo del tiempo las historietas y caricaturas en el Perú han abordado los más diversos temas, siendo los más recurrentes los avatares de la política nacional y los estereotipos sociales y, es precisamente, en ésta última temática que incursionó Fairlie. Sampietri retrata un estereotipo social: el limeño criollo y vivo, pero sano.
La obra de Julio Fairlie se publicó por primera vez a inicios de los años cincuenta en Última Hora, periódico de corte popular fundado por Pedro Beltrán. Surgió en un momento en que se iniciaba en el país una transformación a gran escala. Diversos nombres se ha dado a este proceso: “desborde”, “cholificación” o “andinización” de la capital. Fue, fundamentalmente, un cambio en los patrones de distribución espacial de la población, que significó una especie de “insubordinación” del otro Perú, aquel que estaba formado por las provincias del interior.
El país se urbanizó y modernizó gradualmente de forma desordenada, generando profundos cambios en Lima, entre ellos, el vertiginoso crecimiento demográfico, la emergencia de los grandes y populosos distritos en la periferia, la génesis de una nueva cultura provinciana-criolla y la gradual disolución del mundo urbano-criollo tradicional.
En aquel contexto es donde aparece Sampietri que representa al hombre desempleado por vocación, enamorador compulsivo, siempre escaso de dinero y, sobre todo, “vivo”. Es, como él mismo se definió, en una de las más recordadas tiras, “floreador, cirio, cuentista, vivazo, mentiroso”. Sampietri es capaz de escurrirse (“zamparse”) a una fiesta a la que no ha sido invitado. La historieta de Fairlie trata de retratar, de alguna forma, el estereotipo del “criollazo”, hombre poseedor de un humor directo, de aspecto citadino y criollo (tanto en el sentido étnico, como cultural).
Sampietri fue por muchos años el estereotipo social del criollo empobrecido, pero que quiere seguir viviendo como se merece y no como su trabajo le permite. La “criollada” es su emblema y a la vez su estrategia de vida. Tuvo muchos seguidores entre los cincuenta y setenta, décadas en las cuales aún no habían surgido, ni el estereotipo del “provinciano” y menos aún del “emprendedor”. Estos últimos aparecerían a fines del siglo XX e inicios del siglo XXI, respectivamente.
Si bien la fuerza de la imagen de Sampietri llegó a verse hasta los años ochenta, el país había cambiado y la historieta de Julio Fairlie ya no sincronizaba con la idiosincrasia del nuevo lector. La prensa popular, que había sido hasta los ochenta minoritaria, empezaba a ser la tendencia general y, sobre todo, el periodismo impreso se tornaba en prensa amarilla. La viveza del “criollazo” comenzó a ser vista como ingenuidad; el país ya no lo reconocía y a esta nueva fiesta, Sampietri ya no pudo “zamparse”.
