Por: Ricardo Alvarado
Hace algunos días, Rocío Silva Santisteban -excelente poeta, aceptable activista de derechos humanos y discutible Secretaria Ejecutiva de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos- me preguntó si me gustaba algún tipo de crítica que no fuera «interna y fraterna». Aquí va mi respuesta.
En el movimiento peruano de derechos humanos hablamos mucho de romper el silencio, de luchar contra la impunidad, de crear empatía entre las víctimas y la masa indiferente. Pero cuando cosas terribles suceden ante nosotros, e incluso nos suceden a nosotros, no pasa absolutamente nada. Nos refugiamos -mejor dicho, «nuestros» dirigentes nos refugian a la mala- en una cultura de hechos consumados.
La izquierda peruana, de la cual muchas ONG descienden, se pasó años despotricando del estalinismo. Pero a la hora de realizar críticas internas, cultiva una apariencia monolítica que sería la envidia de Corea del Norte. De otro modo, no se explicaría, por ejemplo, que el abuso laboral campeara impunemente en el mundillo de los derechos humanos. Y no una, sino al menos tres veces.
– En la primera, tras denuncia de César Hildebrandt, Pablo Rojas renunció -por carta, al estilo fujimorista- a la Secretaría Ejecutiva y los trabajadores que se enfrentaban al despido pudieron salvarse temporalmente.
– En la segunda, los trabajadores de APRODEH se vieron ante la disyuntiva de quedarse sin gratificaciones o sin trabajo. La reacción fue conformar el SITTOA, el Sindicato de Trabajadores y Trabajadoras de ONG y Afines. Bajo intensa presión de la patronal, el asunto pasó por agua tibia y el sindicato duerme el sueño de los justos desde entonces.
– La tercera tuvo como protagonista a Luis Rocca, otrora hombre de confianza de la CNDDHH, encadenado y en huelga de hambre indefinida. Ronald Gamarra clamó contra el mayor enemigo de los derechos humanos de todos los tiempos -no era el general Noel, ni Fujimori, ni Montesinos-. Pero tras un arreglo bajo la mesa, el asunto se dio por concluido y se borró de la historia.
(Le indico estas situaciones a Rocío, porque posiblemente no las conoce. O tal vez si, pero no se atreve a mencionarlas. Lo bueno es que, de ahora en adelante, no puede alegar ignorancia).
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Hemos discutido muchos temas incómodos en 15 años de existencia de Ave Crítica. Temas que, de haberse mantenido en los límites de la «crítica interna y fraterna», nunca hubieran salido a la luz:
– Iniciamos la discusión sobre la reconciliación nacional, publicando los infames «14 puntos de Lerner»;
– Apoyamos al Equipo Peruano de Antropología Forense cuando sufrió el anatema de la CVR;
– Dimos cabida a las primeras discusiones sobre las cifras hechizas de la CVR;
– Enviamos a Hildebrandt las quejas de los trabajadores de la CNDDHH contra Pablo Rojas;
– Estuvimos presentes en la conformación del SITTOA y formamos parte de su primera Junta Directiva;
– Publicamos la confesión de Ronald Gamarra sobre la crisis financiera en la Coordinadora;
– Publicamos documentos en los que quedó patente el rechazo de algunas ONG confesionales a la incorporación del MHOL en la CNDDHH.
(No son los Papeles del Pentágono ni los Wikileaks, pero no es poca cosa).
Estoy seguro de que si Elizabeth Dávila y José Carlos Agüero no me hubieran abierto la puerta de la vieja oficina de COMISEDH aquel 15 de diciembre de 1998, todo hubiera sido distinto; no hubiera perdido tantos empleos ni tantos amigos. Pero también estoy seguro de que los temas que he mencionado nunca se habrían discutido públicamente. Por eso va para ellos, lo mismo que para Tonio Blanco y Silvio Rendón, todo mi agradecimiento.