Fujimori dice, de forma cínica, que los jóvenes le pregunten a sus padres cómo era el país antes del 5 de abril de 1992. Hoy Moisés Rojas, regidor metropolitano, escribe en su columna de Exitosa Diario y nos recuerda como era el país, luego del autogolpe fujimorista. Directo y sin anestesia.

Por Moisés Rojas
@MoisesKrojas
Publicado originalmente en Exitosa Diario (Título original: 5 de abril y etnografía política)
Doscientos cuarenta y siete personas asesinadas por el Grupo Colina. Cerca de 120 mil despedidos. Más de 300 mil mujeres sometidas a métodos de esterilización forzada. Diecisiete congresistas comprados por el oficialismo. Doscientos veintiocho operaciones de venta, concesión o liquidación de empresas públicas sin transparencia. Siete diarios chicha encargados de difamar a la oposición. Cuatro de los canales, vendidos al Gobierno y al menos 10 programas puestos a su disposición. Cerca de 200 vladivideos que registraron al asesor presidencial dar prebendas a personajes públicos. Ciento cincuenta jueces cesados. Tres universidades públicas intervenidas por el ejército durante 7 años. Más de 6 mil millones de dólares desaparecidos de los fondos públicos. Cerca de 2 mil millones de soles en deudas de los condenados por corrupción.
Ese es el fujimorismo sin filtro.
No obstante, en el mundo político lo más importante no son necesariamente los hechos, sino su interpretación y la cantidad de personas que definen una posición; es decir, lo que ocurre con esa información. Este 5 de abril ─más que la típica crítica─ resulta vital volver a una pregunta: ¿cómo es posible que a pesar de esos datos inobjetables hoy el fujimorismo sea la principal fuerza política del país? La realidad supera la supuesta contradicción.
Durante la última elección presidencial, cierto sector de la academia reclamó por la ausencia de estudios sobre el fujimorismo. En mi opinión, el problema no es la exigua cantidad de investigaciones, sino la ineficiencia del viejo paradigma de estudios sobre lo político en el Perú. Esas investigaciones suelen ser prejuiciosas, carecen de trabajo de campo, subestiman la militancia, predomina lo ensayístico y se concentran en las tendencias de gran escala. Lo más cuestionable es que abordan lo político sin la versión detallada de los protagonistas.
Es claro que no podemos entender al fujimorismo sin los fujimoristas, sus prácticas políticas y el funcionamiento de su organización. No se puede escribir más desde el antifujimorismo. ¿Cuál es la apuesta? Emplear la etnografía política, metodología que describe los fenómenos políticos con el investigador ‘in situ’, sistemáticamente en el mismo lugar de las prácticas políticas. Trabajo emprendido, y ahora profundizado por el Instituto de Estudios Políticos Andinos. Cuando el ‘otro político’ es altamente incompresible, se requiere una medida radical: escribir desde la proximidad. Con seguridad, la pregunta planteada líneas arriba tendría mejores respuestas.