Manuel López Obrador (México) y Henrique Capriles (Venezuela)
Manuel López Obrador (México) y Henrique Capriles (Venezuela) / Fotocomposición: Spacio Libre

La Ortiga. Venezuela y México, el juego de las ideologías

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Manuel López Obrador (México) y Henrique Capriles (Venezuela)
Manuel López Obrador (México) y Henrique Capriles (Venezuela) / Fotocomposición: Spacio Libre

Por: Carlos E. Flores 

Cuando los resultados electorales en Venezuela evidenciaron un apretado resultado, la reacción política fue inmediata: hubo fraude. Capriles arañó el sillón presidencial pero Maduro logró sentarse para continuar el legado del «Comandante Supremo». Aproximadamente, 300 mil votos hicieron la diferencia entre Capriles y Maduro, donde la participación fue del 80% del total de habilitados. Nada desdeñable la cifra si se considera que el voto en la tierra de Alí Primera es voluntario.

Los recuerdos de lo que se vivió en las elecciones de México en el 2006, fueron recurrentes entre analistas. Manuel López Obrador (AMLO) perdió por 0.56% (casi unos trescientos mil votos) frente a Felipe Calderón. Como en México no hay segunda vuelta, la entidad electoral ungió a Calderón como Presidente, pese a las protestas de fraude y petición de conteo de votos. Lo que muchos no recuerdan es que AMLO declaró como ilegítimo a Calderón y se autonombró Presidente un 20 de setiembre de ese año, fecha que en la que se recuerda un aniversario más de la Revolución Mexicana.

Con proclamas de reorientar recursos para educación y salud y anunciar una nueva constitución, hizo un «gobierno paralelo» hasta que en el año 2012 (previo a nuevas elecciones presidenciales), AMLO perdonó a Calderón, generando críticas y molestias entre sus simpatizantes. Luego emprendió baterías contra Peña Nieto, y al ganar éste las elecciones, dijo no «reconocer ese poder ilegítimo» y dejó la posibilidad de una «desobediencia civil» del pueblo.

Regresando al epicentro del socialismo del siglo XXI, en Venezuela sí se aceptó hacer una auditoría del 46% de las cajas que resguarda la entidad electoral (CNE) y que no fueron auditadas el 14 de abril , día de las elecciones. Qué se quiere demostrar: que hubo más votos que votantes, en principio.

Aquí ya se parte con una diferencia, en México no se hizo algo parecido pese a las protestas. La acción venezolana es vista como una muestra más democrática. Si se aguza la memoria, también diremos que de las 19 elecciones celebradas en 14 años de chavismo, 18 fueron triunfos. La única que perdió el oficialismo fue el referéndum sobre la reforma a la constitución, en el 2007, a nueve años en el poder. El No ganó con 50.6% y el Sí obtuvo 49.3%, hubo una diferencia de 140 mil votos a favor de las posturas de oposición. Chávez reconoció la derrota, sin acusar fraude; sin embargo, cierto sector de la prensa subrayaba la frase «duro golpe contra Chávez».

Estos escenarios diferentes, cada cual con sus matices, revelan el manejo de las ideologías tanto de izquierda y derecha. La derecha mexicana acusó en su tiempo a AMLO de ser «populista mesiánico» por no reconocer los resultados; mientras que la izquierda mexicana argumentaba fraude y desconocimiento de la investidura presidencial electa e incluso, en algunas organizaciones, se acusaba la interferencia de la CIA.

En Venezuela, los discursos ideologizantes se invierten: la izquierda venezolana llama «burgués fascista» a Capriles y sus seguidores además de pedir el respeto de la voluntad popular; mientras que la derecha venezolana acusa fraude y desconoce los resultados, colocando a Capriles como símbolo de las libertades en ese país. Los discursos ideologizantes desde el poder, cualquiera que este fuere, bloquean y anulan cualquier reflexión que se pretenda sembrar. Llega incluso a orillar (estigmatizados) a quienes no quieren pisar ninguna de las ideologías, sean de izquierda o derecha.

No he querido reflexionar sobre las causas y consecuencias de estos hechos, sino más bien sobre los verbos que generan opinión pública en las sociedades. ¿Hay que interpretar las realidades más allá de dogmatismos políticos? Sí, y eso no implica sacrificar nuestras particulares creencias sobre cómo vemos el mundo.

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