SALVEMOS NUESTRO PATRIMONIO. El Período Arcaico – Parte 2
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SALVEMOS NUESTRO PATRIMONIO. El Período Arcaico – Parte 2

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Por: Francisco E. Iriarte Brenner

Para los momentos finales del precerámico, en la costa se inicia un fuerte intercambio de productos con las áreas serranas, de donde provienen especialmente la obsidiana, carnes y cueros, la lana, el maíz, la quinua, papas, el olluco y otros productos. Un importante elemento de este intercambio es, sin duda, la sal marina. En las Salinas de Chao, amplio complejo precerámico tardío, en La Libertad, había un centro de producción de la sal y se constata la presencia de una estructura en I, al parecer para el juego de la pelota, lo que podría señalar ciertos contactos con Mesoamérica, los que no han sido aún adecuadamente evaluados. En Chilca, las viviendas eran en forma de cabaña cónica, usándose soportes de cañas y costillas de ballena a modo de parantes, con techos de paja. Los muertos eran envueltos en telas de algodón, colocados extendidos de cúbito dorsal y, a menudo, cubiertos de piedras y estaqueados con palos de madera aguzados, contra el suelo, probablemente para impedir mágicamente la salida de los espectros de la tumba, en ritual que parcialmente se conserva hasta ahora en algunas comunidades alejadas de las áreas urbanas mayores, como hemos podido constatar, especialmente en entierros en el suelo en los que el difunto es sujetado también con grandes piedras rústicas, que se efectúan en las serranías de Lima. En el sector del Pueblo B de Chilca, se rescató una quena de caña, con decoración pirograbada representando un personaje de pie tocando una flauta, y también se ubicaron juguetes de paja y figurillas humanas esculpidas en barro crudo. En el mismo período, en donde se levanta hoy el Yacht Club de Ancón, los muertos eran, en cambio, dispuestos en posición fetal.

Hacia el 3,000 a.C., en Cabezas Largas y Disco Verde, en la península de Paracas (Ica), los cadáveres se enterraban envueltos en pieles o en tejidos rústicos de fibras de cactáceas, acompañados de redes, bolsas de algodón, cuentas redondeadas de collarines de piedra, hueso y conchillas, así como lanzas y jabalinas de madera e instrumentos varios de hueso y madera. Corresponden a esta época numerosos edificios de gran tamaño, como la Huaca de los Ídolos, en Áspero (Supe) que, con seguridad, es uno de los complejos monumentales más antiguos de América, del 2,700 a.C. aproximadamente. Consta de una gran plataforma de 10 m de altura, por unos 30 m de lado en la base, con una rampa central y varios recintos colocados en la cúspide, con muros enlucidos y pintados de colores blanco y rojo. Aparecieron aquí figurinas femeninas de arcilla cruda escultóricas, algunas de ellas representando mujeres en cinta. Se han encontrado en este lugar además, 135 bastoncillos con incisiones geométricas, que probablemente pueden haber servido para consultas oraculares. En la terraza superior de la pirámide, se localizó el sacrificio de un menor sepultado allí, que llevaba un collar de cuentas de concha recortada, envuelto en un tejido llano de algodón, y colocado dentro de una cesta. Sobre la sepultura se encontraba un mortero de piedra tetrápode. Peter Fuch, de otro lado, ha encontrado estructuras circulares en Sechín Bajo, que dan la impresión de ser parcialmente anteriores, que aún están en trabajo, por lo que habrá de esperar su informe en torno a este tema.

El Paraíso, del 2,000 a.C. aproximadamente, sitio ubicado en el sector de Chuquitanta, en el valle bajo del Chillón, al norte de Lima, es un amplio centro ceremonial precerámico, formado por 16 ambientes de paredes de 6 m de alto, hechas de pirca, enlucidas con una gruesa capa de barro, habiendo trazas de pigmentos de colores ocre, blanco y rojo que cubrían esas paredes. Hay aquí un pozo rectangular con excavaciones circulares en los ángulos, conteniendo carbón, testimonios de un probable culto al fuego del que –lo reiteramos- no sabemos casi nada. Los espacios cerrados de esta antigua estructura, fueron periódicamente rellenados con canastas cargadas de piedras rústicas y barro, levantándose el nivel de las construcciones y colocándose nuevos pisos enlucidos, habiéndose ampliado las bases de la estructura. Se emplearon en su construcción unas 100,000 toneladas de piedras y se ha calculado que para ello se necesitaron no menos de 5 años de trabajo, con el empleo aproximadamente de unos 1,000 operarios.

Kotosh, explorado inicialmente por Julio C. Tello y después por Izumi Shimada y su equipo de colaboradores de la Universidad de Tokio, Japón, en Huánuco, en la margen derecha del río Higueras, estructura construida en torno al 2,000 a.C., a unos 2,000 m sobre el nivel del mar, muestra una larga tradición religiosa y arquitectónica, sustentada en la superposición de edificios levantados en varias fases, de las que la más reciente muestra un templo levantado sobre una plataforma, a la que se accede por una corta escalinata decorada con una serpiente pintada de blanco. En una estancia de 9 x 9 m y con paredes de 2 m de alto, el muro de fondo presenta cinco nichos, dos de los cuales muestran relieves de –aparentemente- brazos cruzados, por lo que se le ha denominado el “Templo de las Manos Cruzadas”. El pavimento del templo está rebajado con relación a la plataforma que lo sustenta. Al centro del piso hay excavado un horno, con un conducto de aire subterráneo, lo que señala su aparente relación con un antiguo culto al fuego. En los nichos se encontraron restos de camélidos, cuyes y ciervos, probablemente colocados allí como ofrendas. El llamado templo de las “Manos Cruzadas” fue finalmente abandonado, rellenado con arena y cantos rodados en tiempos posteriores, lo que lo ocultó de las gentes y evidentemente, permitió su conservación. Chaki Kano, por su parte, encontró en la estructura llamada Shillacoto, en la propia ciudad de Huánuco, una secuencia similar a la de Kotosh; estimándose que la cerámica Kotosh más antigua, es una derivación y elaboración posterior a la alfarería denominada Tutishcanyo Temprano (yacimiento ubicado en Yarinacocha, Pucallpa, departamento de Ucayali).

La Galgada, a 1,100 m de altitud, sobre la banda izquierda del río Chuquicara, afluente del Santa, construcción anterior al 2,300 a.C., es en realidad, una pirámide escalonada, de cinco cuerpos superpuestos, que presenta una serie de recintos de paredes curvas, pintada de blanco, con nichos en el interior y una decoración a base de diseños borrosos en negro. Al centro de los recintos aparecen patios hundidos, con un hogar central para el fuego y las ofrendas, como en Kotosh. Entre los restos quemados en ese horno se encontraron semillas de ají, cuya quema debió producir -en ocasiones rituales especiales-, humos sofocantes. Algunas de las cámaras fueron además usadas para sepultar cadáveres, antes de ser recubiertas definitivamente por construcciones posteriores. En la más antigua de ellas, un hombre y dos mujeres fueron enterrados en posición fetal, con cubiertas de algodón. El hombre estuvo envuelto en una especie de sudario de colores amarillo y marrón, sentado en cuclillas dentro de una canasta. Las dos mujeres estaban colocadas sentadas en una misma cesta y una de ella llevaba largas agujas como sujetadores de cabello, hechas de hueso, así como cristales de roca y antracita, la otra mujer estaba envuelta en una tela amarilla, llevando en la mano derecha un pequeño cesto y grumos de sal. Los cadáveres, además, estaban adornados con collarines de concha recortada y valvas de Spondyllus pictorum.

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