Unas fotos y un video de Mercedes Araoz llorando tras encontrarse con la madre de la pequeña Jimena, asesinada por un miserable que no conoce los límites del deseo, fueron la primicia del día en medio del caso que ha remecido a la multitud, y que ha generado una marcha en Lima, donde la indignación de la gente ha dado paso al clamor popular de la pena de muerte para los violadores de niños, niñas y adolescentes.
Por Francisco Pérez García
@franco_alsur
Sin embargo, permítanme dudar del sentimiento de la presidenta del Consejo de Ministros, la misma que algunos días antes indicó a la pobreza, la poca educación y a la marginalidad de la gente como los responsables del escenario “propicio” para que los violadores estén a sus anchas, dejando de lado (e ignorando) que en los sectores sociales “altos” de “buena educación” la violación y el abuso sexual también es parte de esa idiosincrasia.
Basta recordar nada más, el caso del socio del club Regatas, que realizó tocamientos indebidos a una niña y que de no ser porque la niña reaccionó hubiera terminado en algo como lo que hoy lamentamos. ¿Y cuál fue la reacción del club? Una amonestación, una separación y la “desaparición” del video de las cámaras de seguridad. Raro ¿no?
Y los cientos de casos de los “niños bien” que se aprovechan de las trabajadoras del hogar, o de sus hijas, o de la violación incestuosa que como si fuera una leyenda urbana, corren de boca en boca en los sectores aristocráticos de la ciudad. Así que hasta ahí, no me vengan con el floro de que solo los pobres se violan.
Entonces, volviendo al punto de partida, permítanme dudar de la reacción de la jefa del Gabinete, la misma a la que no se le torció ni un cabello para negar su responsabilidad política en el “Baguazo”, la misma que no titubeó ni medio segundo en permanecer al lado de un presidente que hoy sabemos, tiene fuertes indicios de conflictos de intereses. A la que no le tembló la voz para negar en pleno debate de la vacancia que hubiese un indulto ad portas.
Permítanme dudar de sus lágrimas. Permítanme decir que no creo en eso, que me sabe a cálculo político, a paso estratégico para “ganarse alguito” con la indignación popular, para aprovechar la protesta y tapar lo que se viene en otros casos que pueden comprometer a su gobierno.
Permítanme dudar de todo lo que ocurre alrededor de la figura de Jimena. Estoy indignado como cualquiera, tengo hijos, sobrinos a los que quiero mucho y se me eriza la piel de solo pensar que un malnacido se aproveche de ellos o les toque siquiera un pelo. Sin embargo, no puedo plegarme a la multitud que hoy grita fácilmente “pena de muerte, pena de muerte”. Y eso no me hace menos padre, no me hace menos humano, no hace que quiera menos a mis hijos, solo me hace pensar un poquito distinto y tratar de controlar mis emociones.
Permítanme dudar de la intención de ciertos fantoches de presentar de inmediato proyectos de ley para renunciar (convenientemente) al Pacto de San José (como lo hizo el Fujimori asesino que hoy anda libre) para implementar la pena de muerte. Permítanme decirle a esos impresentables: No, gracias.
Permítanme dudar que la pena de muerte sea la solución, en un país donde ni siquiera hemos logrado generar una sociedad que brinde la mínima posibilidad de un buen vivir. Donde tenemos una fiscalía y un poder judicial que -lamentablemente- tiene ciertos elementos que actúan de acuerdo a ciertos compases, que son humanos que se dejan llevar por la presión mediática y que son capaces de someter a la guillotina a cualquiera que sea sindicado por los medios como el culpable.
Permítanme dudar, porque los medios de comunicación y los periodistas tenemos un arma muy peligrosa en nuestras manos. Podemos generar corriente de opinión, a punta de hashtags, encuestas, videos, indignaciones populares y responsabilizar de inmediato al culpable de cualquier crimen (Rosario Ponce, Eva Bracamonte, Yordy Reyna, y siguen firmas) y ponerlo en la picota de inmediato.
Y permítanme dudar, que en estos momentos de indignación, no aparezcan los de “Con mis hijos no te metan” y reclamen de verdad por algo que sí afecta a los niños, no unas clases de educación sexual que hoy más que nunca son tan necesarias. Y que además, nos demos cuenta que no solo es responsabilidad de la policía (que tiene mucho que ver con su dejadez para atender a las víctimas y sus denuncias), sino que también tiene que haber una Fiscalía efectiva, un Poder Judicial sancionador que no deje libres a los violadores (La cifra, hoy, según el Ministerio del Interior es de 800 miserables identificados).
Si la sociedad no cambia, si las autoridades no asumen el control real, si los periodistas no nos quitamos la careta de jueces y fiscales y si los polítiqueros no dejan de comportarse como simples calculadores de un maligno ajedrez político, permítanme seguir dudando de estas iniciativas que buscan la pena de muerte y permítanme seguir dudando de lágrimas con una confiable cámara oficial, lista para disparar y captar el momento que convertirá el momento en la foto que “conmociona a las redes sociales”.